Encontrar a Dios en todas las cosas

Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios


 

Frase nuclear de la espiritualidad ignaciana, pero es un desafío y un misterio. Algunas cosas se ven muy mundanas y ordinarias; apenas un aspecto santo. Otras parecen tremendas y confusas. Es a la vez abrumador y asombroso. Es por eso que debemos dejar de lado la fe barata y profundizar nuestra fe a largo plazo.

 

Intento reconocer a Dios en las formas tradicionales de adoración y luego voy directamente a la fuente. Dios vino a nosotros –como huésped y peregrino, dice la liturgia– en la persona de Jesús y continúa tocando nuestras vidas a través del Espíritu Santo. No puedo probarlo, pero elijo creerlo. El hogar que he encontrado para esta fe es a través de la Iglesia, con arrugas, verrugas y todo. No es perfecta porque la iglesia somos todos los que participamos de ella. Sin embargo, creo que somos guiados por el Espíritu Santo, que viene a nosotros a través de la oración y la comunidad de creyentes.

 

Podría decirse que para Ignacio la oración es hallar a Dios en todas las cosas, en todas las realidades y circunstancias de la vida. Un hallazgo que hace que toda la vida esté transida por Dios. Las personas que halla a Dios en todas las cosas buscan que la oración le ayude a asemejarse a los sentimientos y modo de actuación de Jesús, más no en huida o escape como se percibe en muchas ocasiones. Los orantes y sus situaciones o realidades personales y colectivas compartidas con el Dios de Jesús hacen esa comunión y participación del encuentro con lo divino en lo común y corriente. No es asunto de discurso, sino de experiencia de Dios. Lo más importante son los interlocutores que se dan cita en el encuentro que llamamos oración. Y esos interlocutores son la persona, la realidad y Dios. 

 

Buscar y hallar es una profunda invitación a la amistad con Dios, que ha tenido sus altibajos a lo largo de la historia. Es posible que algunas personas “de iglesia –predicadores y maestros–” teman que aceptar la idea de la amistad con Dios pueda llevar a una desaparición del sentido del misterio y del temor reverencial de Dios, y que por eso duden proponerla. En muchas personas a las que he conocido, el miedo a Dios ha cerrado la puerta a una relación más íntima con Dios, y la idea de amistad les atrae. Por otra parte, la amistad con Dios nos abre a un círculo cada vez más amplio de amigos, porque al adoptarla caemos en la cuenta de que el deseo de Dios de amistad incluye a todas las personas (Basta con mirar Ex 33,11, cuando nos hablan de la familiaridad de Moisés con Dios).

 

El salmista escribe: “El temor de Dios es el comienzo de la sabiduría” (Sal 111,10). Pero el temor de Dios que expresa el salmo, nada que ver con el temor, pavor y miedo infundido por algunos en la enseñanza de la “religión” mas no de la fe, que lleva a la gente a mantenerse a distancia de Dios. Hoy las redes (enredos) sociales, los medios (manipuladores) de comunicación colocan en primer lugar las malas noticias, que se difunden más rápidamente que las buenas. Todavía en el imaginario del “populacho” el fuego y el azufre del infierno hacen la predicación y la enseñanza más convincente. Una predicación y enseñanza de este tenor, defrauda a Dios y a nosotros.

 

La Biblia es la historia de la progresiva revelación de Dios; un Dios compasivo, cercano y que acompaña la historia. El uso que hizo Jesús de la cariñosa palabra Abba, “querido Padre”, para hablar de Dios es la culminación de esta progresiva revelación. Ignacio entró a fondo en esta realidad con su espiritualidad y dejó abierto el camino para trasegarlo en la vida común y corriente para sentir y gustar la inefable cercanía de un Dios amigo, de confianza, de alegría y júbilo, de paz y creatividad, que se mete a fondo en el río de la vida para asumir desdichas y sinsabores, de tal manera que se encuentra con Dios en lo que el ser humano sueña, desea, realiza, sufre, padece, anhela.

 

En el siguiente link está una mirada a la vida de Ignacio en sus 500 años de la conversión, para ver cómo el proceso de ver nuevas todas las cosas no es en un abrir y cerrar de ojos, sino procesos de maduración y asimilación de la cercanía divina. 

 

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