Actitudes que más ayudan a vivir bien los Ejercicios (parte III)

Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios


 

Libres para servir. Muchas veces suenan a slogan o a simples frases de cajón la lucha de estar en el camino de Dios, porque mucho se habla de ello, pero que difícil permanecer en esta lucha... esta actitud que aquí se insinúa suena sugerente, pero que fácil se amarra la libertad a ideas, personas, lugares, cosas que impiden adelantar más. Qué costoso se vuelve el servir en libertad y sin condición alguna muchas veces a quien no está de nuestra parte o no es de nuestro agrado. Quizá libres para servir debe desatar deseos de salir de sí, abandonar esquemas, creer en la promesa. 

 

La exigencia de disposición para este camino pasa por la reconquista del espacio interior para el Espíritu, hacer un despeje mental, afectivo, idolátrico, porque “de dentro, del corazón salen las malas intenciones... todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al hombre” (Mc 7,21.23), lo cual no se logra con simples intenciones y renuncias, sino añadiendo el amor que sabe soportar, no tiene envidia, ni guarda rencor, no se alegra de la injusticia, amor que sufre, crea, espera y soporta (1 Cor 13,4-7), este despeje en el interior es para alcanzar el espacio sagrado ocupado indebidamente por otros intereses, que comúnmente nos atrapan y someten, que siguen atrayendo y cautivando en la oración. Los deseos y preocupaciones mal ordenados llenan la interioridad (memoria, imaginación, recuerdos...) y lo más crítico es que nos extrañamos de no poder encontrar la paz... de dónde peras si no hay manzanos... en término bíblicos es dejar atrás “¡cómo nos viene a la memoria el pescado que comíamos gratis en Egipto! (...) melones, cebollas y ajos” (Nm 11,5-6) y atravesar el desierto luchando por la tierra prometida, luchando en compañía.

 

Artesanos de la fraternidad. El encuentro con Dios en la oración no es para el ensimismamiento, sino para salir de cada uno de nosotros hacia los demás y lograr así un fortalecimiento, crecimiento, afianzamiento de las diversas relaciones humanas en el ámbito familiar, comunitario y eclesial, expresado en compromisos solidarios con la humanidad, la solidaridad con los crucificados, mirar al otro con los ojos de Dios que ve un hijo y no un enemigo, el otro que es el prójimo de quien hay que ser próximo... (Hch 2,42-47; 4,32-35).

 

La vida es un movimiento y un dinamismo. Todo estancamiento es disminución de la vida. Todo encuentro personal salva del aislamiento porque la vida encuentra sentido en la medida que se entrega, en que se coloca en comunicación con otros. La sensación es salir al aire libre, para ser más plenos y felices. El encuentro con los otros es siempre una redención del “yo” aislado y un nacimiento al “nosotros”. Cuanto más entremos en nosotros mismos nos hacemos más capaces de comunicación, entrega, servicio.

 

Gustar interiormente. “No el mucho saber harta y satisface sino el sentir y gustar las cosas internamente” (EE 2). Con esta advertencia Ignacio previene contra el riesgo de reducir la experiencia de los Ejercicios a nuestro “saber racional”, excluyendo otros aspectos de nuestra persona. Por el contrario, él nos anima a que ésta sea una experiencia integradora donde participamos con todo lo que somos: inteligencia y voluntad; afectividad e imaginación; cuerpo y espíritu.

 

Es precisamente cuando gustamos y sentimos internamente, que nos reconocemos tocados por el Señor. Es una invitación a detenernos y simplemente estar con Él. Así, estando con El, podemos fácilmente seguir sus huellas que nos señalan el camino por donde seguir avanzando.

 

Alimentar la fe. Muchas veces el camino cansa, el sol que se experimenta como calor mañanero que despereza y alegra, al avanzar el día agota y quema, lo que antes se veía como un bonito paisaje se vuelve rutina... y la vida se erosiona. Entonces queda la necesidad de la fuerza de Dios, que se encuentra en la oración. Es el intercambio entre la entrega propia que implica aceptar el riesgo y la aventura de dejar a Cristo habitar en mi vida. Esta actitud lleva a vivir en relación con Él que vive en mí (Gal 2,20). Es la osadía de romper las amarras que atan y dejarse llevar por los caminos por donde Él quiera llevar. Significa, en fin de cuentas, entrar en la oración con las manos abiertas.  Es el Momento para tomar la vida en las manos y colocarla en él y poder decirle:

 

Tomad, Señor, y recibid

toda mi libertad, mi memoria,

mi entendimiento y toda mi voluntad,

todo mi haber y mi poseer;

Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno;

todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;

dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.

(Ignacio de Loyola)

 

Padre nuestro, Padre de todos,

líbrame del orgullo de estar solo.

 

No vengo a la soledad cuando vengo a la oración,

pues sé que, estando contigo, con mis hermanos estoy;

y sé que, estando con ellos, tú estás en medio, Señor.

 

No he venido a refugiarme dentro de tu torreón,

como quien huye a un exilio de aristocracia interior.

Pues vine huyendo del ruido, pero de los hombres no.

 

Allí donde va un cristiano no hay soledad, sino amor,

pues lleva toda la Iglesia dentro de su corazón,

y dice siempre nosotros, incluso si dice yo.

(Himno de Laudes Sábado II semana)

 

Nada te turbe, nada te espante,

todo se pasa,

Dios no se muda;

la paciencia todo lo alcanza;

quien a Dios tiene nada le falta:

sólo Dios basta.

(Teresa de Jesús)

 

Esta apuesta, segura por cierto, lleva a que Jesús nos mueva desde dentro a hacer algo, no a mirar el horizonte, sino que el movimiento sea proceder en concreto de una determinada manera. La vida interior conduce: a cosas menuditas y pequeñas que llenan de sentido la vida y construyen la persona. Así mismo, le da sentido a todo lo que piensa, dice, hace, porque la persona se va construyendo en los pequeños detalles. El ser limpio de corazón permite la percepción de la manera como Dios construye desde dentro al ser humano, si somos personas con muchas trabas interiores no lo percibimos, nos engañamos.  Con gran acierto lo dice el Evangelio: “Sólo los limpios de corazón perciben a Dios” (Mt 5,8). Ahí está la tarea, ser transparentes a la acción divina para ser servidores de la misión divina.

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