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Pascua: maduración de la crisis (II)

Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios


En el proceso de fe muchas personas piden, exigen o creen que Dios tiene que hacer manifestaciones evidentes, pruebas de acuerdo a las exigencias de las personas, hacerse palpable o visible… para creer o madurar la fe. La vida espiritual no pasa por ello, sino por las tomas de conciencia en las que se experimenta en el interior la alegría, la paz, el sosiego, la consolación toda una realidad que se descubre en la sensibilidad, pero que no se queda allí, sino que va más al interior y permanece como proceso de maduración y transformación.

 

La vida en el Espíritu no se queda en la sensiblería o en lo externo. Así como la sal que da sabor, se diluye en el alimento, o la luz que al ser encendida ilumina un lugar oscuro (Mt 5,13-16), algo parecido sucede con la presencia de Dios, quien se hace oculto y por experiencia mediante las tomas de conciencia, la creatura va aprendiendo a sentir y gustar, a experimentar y cultivar la manera como Dios trata a cada persona; en esta relación de continuidad -si la creatura se mantiene abierta a la comunicación con Dios- porque Dios desea dárseme (EE 234) la creatura crece y madura, aprende y sale de sí (Mc 4,26-29).

 

La diversidad de acontecimientos del momento actual, plantea toda una serie de retos, desafíos, situaciones de todo orden. Esta conmoción o crisis, ha puesto a todos a reflexionar, a mirar de otra manera, a enfrentar lo que sucede. Sí, estamos en una Pascua colectiva y en todo sentido, ¿qué ha sucedido? ¿Qué está pasando? ¿Qué nos espera? ¿cómo vivir la situación de crisis? y un sinnúmero de interrogantes que abren todo un camino de búsquedas, intentos de respuesta, pero la pregunta y situación sigue, y no se puede callar o evadir. 

 

En esta ocasión, presentamos unos puntos a consideración, teniendo como base una locución verbal coloquial, que la Real Academia de la Lengua sugiere para expresar esta realidad fuerte de pascua. “Estar alguien como una pascua”, que expresa el hecho de estar alegre y contento (Autob. 8 Ignacio reconoce la diferencia, por otras experiencias distintas a lo acostumbrado y sugerido por la vida de los santos). Así mismo, causar una situación compleja de “hacer la pascua a alguien” porque le causa fastidio, molestia y termina perjudicado (Autob. 8 El relato del peregrino cuando piensa en seguir su vida de caballero, llega el deleite, quedando seco y descontento)

 

Hay que retomar esta realidad de la pascua diciendo que: la pascua está en el centro y en el corazón de la experiencia bíblica, ya que está relacionada con el acontecimiento fundador del pueblo de Dios: el éxodo y la alianza. Por medio de la celebración de la pascua se actualiza el acontecimiento salvífico en su forma litúrgica. El Nuevo Testamento interpreta la acción salvífica de Jesús en ese sentido. En el culto cristiano como "memorial" se prolonga el acontecimiento salvífico de toda la historia bíblica, que culmina en Jesús, muerto y resucitado. El significado de continuidad de la pascua queda expresado en el término "memorial". La pascua es memoria; no en el sentido de un aniversario en el que se recuerda un hecho del pasado, sino en cuanto que es una experiencia que se revive cada vez que se la evoca en los símbolos del rito.

 

Muchos creen e imaginan los tiempos en que las cosas “eran normales”. Ya no volverá. Hoy en el mundo de las redes sociales difunden informaciones nostálgicas, cómo eran las cosas hasta hace poco. Una realidad nueva está naciendo (Is 43,19), porque la crisis es un acelerador de procesos y se puede disfrutar con menos cantidad y más calidad. Es inútil inmolar un cordero cuando el Cordero de Dios está presente, en persona, como el Siervo de Dios (Is 53, 7) que se ofrece por los pecados del mundo y se da en alimento. El reto está en la paciencia histórica de buscar hasta encontrar y en modo alguno será en la inmediatez, sino en la espera activa y confiada de avanzar y madurar junto a otros en este camino de luces y sombras que juntos atravesamos.

 

La Pascua moviliza el corazón de la persona y de toda la comunidad en una profunda actitud de conversión, en una profesión de fe consciente y comunitaria en la que se pone de manifiesto el deseo de unirse a Cristo en la nueva vida de resucitado. (Ignacio al leer la vida de los santos “se aficionaba a lo que allí hallaba escrito” (Autob 6) Todo va llevando a la configuración con el Señor, es decir, a darle valor a lo que gana el corazón y no a los oropeles que aparentan lo que no es (Fil 3,7-14). 

 

La movilización o conversión es de toda la persona en sus pensamientos, ideas, sentimientos, maneras de actuar y comunicar. Será de carácter divino cuando se pone en favor de la humanidad y no de ideologías o partidismos (tan de moda en el ser, sin compromiso, en el hoy). Esta especie de transpiración se vuelve contagiosa por la mutación que se nota, y que va de lo interno a lo externo, se evidencia en el nivel de humanización y capacidad de servicio, el sentido de solidaridad y cuidado de los otros y el planeta. 

 

No es el tiempo de las nostalgias, sino de hacer un examen consciente de la historia actual, en dónde estamos, qué buscamos, de dónde venimos, qué aprendizajes vamos teniendo, qué hay que dejar en serio, qué nuevos retos y tareas hay por asumir y vivir junto a otros. Esta revisión en el ámbito personal, no puede quedarse allí en una toma de consciencia y de dar gracias. No, se trata de poder conversar con otros, al estilo de Ignacio, que cuando descubre luego de la crisis de salud tan fuerte, por su pierna maltrecha por la bombarda y las cirugías “estéticas” -de vanidad- que se practica, a través de su larga convalecencia prepara el terreno de nacer de nuevo.

 

La riqueza oculta que hay en cada corazón, no puede quedarse en lo escondido. El reto o tarea está en conversar con otros y tener capacidad para escuchar a otros y este diálogo de amigos, permita a unos y otros ser sí mismos, madurar, crecer y encontrar tiempos, espacios, diálogos profundos, para poner en otros el ofertorio de la propia vida y ser junto a otros una ofrenda viva que permita como personas de la espiritualidad ignaciana: conversar con otros, hacer provecho, sacar por escrito lo que Dios plantea como esencial del paso de Dios en la propia vida, ayudar a la humanidad y el planeta, de tal forma que nos pongamos en camino.

 

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