Creamos en la posibilidad del perdón y la reconciliación

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro del Eclesiástico 27, 33 – 28, 9
  • Carta de san Pablo a los Romanos 14, 7-9
  • Mateo 18, 21-35

Cuando leemos los libros de historia, caemos en la cuenta de que hay dos potentes motivaciones que explican muchas de las acciones que emprenden los individuos y los pueblos: la ambición y el deseo de venganza. Es lamentable decirlo, pero es la realidad:

  • La ambición, que significa la búsqueda del poder político y económico, algunas veces utiliza un lenguaje más sutil, como es hablar de los sueños de gloria y honra… Este discurso se ha pronunciado innumerables veces para la justificación del expansionismo de las grandes potencias coloniales: Portugal, España, Inglaterra, Holanda, Francia, Rusia, Estados Unidos, China, etc.
  • La otra motivación es la sed de venganza. El recuerdo de los enfrentamientos entre individuos, familias y pueblos alimenta sentimientos de venganza que tienen consecuencias impredecibles. Basta recordar cómo ha sido escrita la historia de Colombia: las guerras civiles del siglo XIX, la violencia entre liberales y conservadores, las FARC, el ELN y otros movimientos armados, las guerras entre los esmeralderos, el narcotráfico, las luchas por el control del territorio. Son odios que se van acumulando y se trasmiten de generación en generación.

La primera y principal víctima del odio es la misma persona que le da cabida en su corazón. Noche y día rumia venganza. Se trata de un poderoso tóxico que mata la alegría de vivir e imposibilita que florezca un proyecto de superación y creación de futuro.

 

Las lecturas de este domingo nos invitan a ver los acontecimientos de la vida, no desde la orilla de los odios y rencores, sino desde la otra orilla, la de la reconciliación y el perdón.

 

Empecemos por el Libro del Eclesiástico; allí leemos: “El rencor y la ira son cosas detestables. Si uno guarda resentimiento contra su prójimo, ¿cómo puede pedir al Señor la curación?”. Somos muy incoherentes pues queremos que Dios nos perdone y olvide nuestras infidelidades, pero somos implacables con aquellas personas que nos han ofendido, y en nuestro corazón vamos llevando una rigurosa contabilidad y estamos buscando la oportunidad para saldar las cuentas pendientes.

 

El Salmo 102 proclama que el Señor es compasivo y misericordioso. El salmista canta: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo”.

 

La encarnación del Hijo Eterno del Padre es el mensaje más poderoso de perdón y reconciliación. Jesucristo entrega su vida en la cruz para reconciliarnos con Dios. Mientras nosotros acumulamos rencores y buscamos la oportunidad de desquitarnos, en la Eucaristía dominical se renueva la alianza nueva y eterna entre Dios y la humanidad, y celebramos el memorial de la reconciliación.

 

En el pasaje evangélico que acabamos de escuchar, Jesús desarrolla una formidable catequesis sobre el perdón. El punto departida de esta catequesis es una pregunta que hace el apóstol Pedro: “¿Cuántas veces debo perdonar a un hermano que me haga algún daño? ¿Hasta siete veces siete?”. La pregunta de Pedro refleja una actitud muy extendida, según la cual todo tiene sus límites: “Quizás perdone una o dos veces; pero es imposible que perdone una tercera vez”. Así pensamos los seres humanos.

 

Pedro se debió sentir muy desconcertado e incómodo cuando el Señor le dijo: “No digo que, hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Esta respuesta no establece un límite numérico o un cupo máximo para el perdón. El mensaje es otro: el perdón no puede tener límites, pues el amor no conoce límites.

 

Para desarrollar esta idea, Jesús les propone la parábola de un administrador que fue perdonado por su jefe a pesar de sus malos manejos, pero que fue cruel e implacable con los que tenían cuentas pendientes con él.

 

En las sociedades que han padecido el flagelo de la guerra, es particularmente sensible hablar de perdón y reconciliación:

  • No se trata de negar el pasado. No se trata de invisibilizar a las víctimas. No tiene sentido pretender pasar la página como si nada hubiera pasado.
  • Por eso en Colombia hablamos de cuatro palabras que suscitan apasionados debates: verdad, justicia, reparación y no repetición. Se pronuncian fácilmente, pero es muy difícil llevarlas a la práctica.

Los cincuenta años de conflicto armado han dejado profundas heridas en la sociedad colombiana. Hay que poner todos los medios para que cicatricen. Y hay que trabajar, desde la educación, para que las nuevas generaciones superen los odios ancestrales y desarrollen unos valores éticos diferentes que nos permitan ponernos de acuerdo en un proyecto de país incluyente y tolerante. No podemos seguir intoxicados por los odios y rencores. Hay que superar el lenguaje de confrontación y buscar unos consensos básicos que nos permitan avanzar hacia un futuro de esperanza.


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