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El Arte de Orar, amar y servir al estilo de Jesús - Entrega 14

La Eucaristía, la Oración de Oraciones

Amigo, después de haber experimentado las principales formas o modos de orar, llegas ahora al clímax de toda posible oración. Es la oración de “Acción de Gracias” que en la historia del cristianismo se ha conocido con varios nombres, entre ellos, “La Eucaristía”, “La Cena del Señor” y a partir del siglo IV, “La Misa”.

 

En la fe, sintámonos llamados a vivir la experiencia espiritual más profunda como es unirnos plenamente con el Dios, revelado en Jesús, a través de Cristo vivo y presente en la Comunidad. Allí actualizamos (memorial) y conmemoramos sacramentalmente la entrega del Señor Jesús, su muerte y resurrección, por nosotros y en nosotros.

 

Nunca podremos valorar lo suficiente la Eucaristía, tesoro que Dios nos ha dado a través de Cristo vivo en su Iglesia. Es el patrimonio más precioso que hemos heredado. Fue donado por el mismo Jesús quien antes de su pasión celebró su Última Cena con los apóstoles, es decir, su entrega total para la salvación del mundo y además nos invitó a reunirnos para conmemorarlo en memoria suya. Definitivamente es la perla preciosa más fina del cristianismo.

 

Todo lo que Dios hizo, hace y hará por el ser humano, está en la Eucaristía. Todo lo que podemos realizar por el Dios, encarnado en Cristo, se encuentra en la “Cena del Señor”. Las máximas exigencias del amor de Dios las descubrimos allí y allí se realizan. El modelo más perfecto de amor y acción cristiana es la celebración eucarística cuando la realizamos con sentido. Es la síntesis de todas las oraciones. Más aún, es aquella que fundamenta y da sentido a todas, es la vida misma.

 

Entre más vivenciemos este Misterio de Amor, más nos llenaremos de él y, a la vez, mayor será nuestro compromiso cristiano. De ahí la importancia de comprender su significado.

 

¿A qué se debe tanta maravilla? ¿Quieres saberlo, investigarlo y experimentarlo? Pues… ábrete a la gracia y déjate llevar por ella.

 

Con el fin de hacer de esta Entrega 14, algo más vivencial, te invito a que tú mismo inicies la reflexión. Recuerda aquello que “nadie ama lo que no conoce”. Sé muy sincero y escribe en tu cuaderno, lo que realmente sientes. No coloques frases que hayas oído o fórmulas que nada te dicen.

 

  1. ¿Por qué y para qué, asistes a aquello que se conoce como “La Misa”?
  2. ¿Participas activamente en la celebración? ¿Sí o no? ¿Por qué?
  3. ¿Puedes decir que la Eucaristía es un encuentro de amor? ¿Por qué?
  4. Si la Eucaristía es una oración de Acción de Gracias actualizada por medio de gestos, palabras y objetos simbólicos, describe brevemente cuáles de ellos te parecen más significativos. Di por qué.
  5. En definitiva, ¿qué celebras en la Eucaristía?
  6. ¿Habrá una relación entre la Eucaristía y tu vida ordinaria?
  7. ¿Por qué crees que la Eucaristía es la síntesis de todas las oraciones?

Ahora te invito a que profundices tus conocimientos acerca de ella. Espero que admires cada vez más este don tan precioso, con el fin de amarla y vivirla. Comparte tus respuestas con tu Acompañante y por qué no con tus amigos y amigas en alguna de tus reuniones de formación cristiana.

 

La Eucaristía como “La Cena del Señor”.

Más que darte a conocer todo un tratado teológico, opté por dar mi testimonio de búsqueda de su sentido. Las ambientaciones y las explicaciones de este “Misterio”, entendido como “Sobreabundancia de Verdad”, se pueden quedar cortas.

 

Recuerdo que, cuando tenía alrededor de 8 años, me llamaba la atención la forma como los sacerdotes jesuitas celebraban “La Misa” en el templo de Cristo Rey de la ciudad de Pasto (Nariño, Colombia).

 

Se caracterizaban por la puntualidad y la claridad en sus explicaciones del Evangelio. En el fondo de mi ser me hacía esta pregunta: ¿por qué no puedo estar allá arriba celebrando “La Misa”? Palabra que hacía referencia al rito, pronunciado en latín y con el sacerdote dándonos la espalda, posición, carente de sentido para las nuevas generaciones.

 

Después de tantos años comprendí que Dios, el revelado por Jesús, no el que me imaginaba, me estaba haciendo un llamado muy específico para celebrar lo más dignamente posible no solo el rito, sino su significado y su relación con la vida.

 

No tengo palabras para agradecerle al Señor este gran beneficio. Han sido 45 años llenos de bendiciones para mí y las comunidades en las cuales he presidido su fe. Hago el esfuerzo para hacerla cercana, sensible y entendible especialmente cuando hay niños(as) y jóvenes. Es lo que pretendo en este escrito, la sencillez, sin quitarle profundidad.

 

La palabra “Misa” surgió de la última frase que decía el celebrante al terminar el rito en latín: "Ite missa, est" que traduce, "Idos, la Misa ha terminado". Era una despedida en la cual se incluía la misión de vivir aquello que se había celebrado, el Misterio Pascual, es decir, la muerte y la resurrección de Jesús, el Señor. ¿Cuántas personas lo saben? ¿Qué impacto o compromiso puede despertar entre los asistentes?

 

Con el tiempo, “La Misa” se convirtió, para muchos, en un rito vacío, sin significado. Todavía se escuchan estas afirmaciones, “No soy cristiano porque no voy a Misa”, “Vamos a oír Misa”, “No puedo comulgar porque no fui a Misa, estaba un poco enfermo”. Incluso muchos sacerdotes aún repiten, “Tengo que decir la Misa”, como si aquello fuera un discurso de obligada asistencia. A veces, para hacerla atractiva, la convierten en un espectáculo musical “para que salga chévere”. Las bandas, utilizadas desproporcionadamente, ocultan o distraen el gran Misterio de amor y entrega de Jesús. El Papa Francisco nos insiste a los sacerdotes que la celebremos de la manera más sencilla y comprensible.

 

Volviendo a la fuente, encontramos que los nombres más originales que aparecen en el Nuevo Testamento, son: "La Cena del Señor" y "La Fracción del Pan". San Pablo la denominó “Asamblea Santa”. Todas ellas, hacen alusión a una cena convocada por el mismo Jesús cuando dijo, “Cuánto he querido celebrar con ustedes esta Cena de Pascua antes de mi muerte” (Lucas 22, 15).

 

El Papa Francisco en una de sus catequesis sobre los sacramentos, en 2014, afirmó:

 

“El gesto de Jesús realizado en la Última Cena es la gran acción de gracias al Padre por su amor, por su misericordia. «Acción de Gracias» en griego se dice «Eucaristía». Y por ello el sacramento se llama Eucaristía: es la suprema acción de gracias al Padre, que nos ha amado tanto que nos dio a su Hijo por amor. He aquí por qué el término Eucaristía resume todo ese gesto, que es gesto de Dios y del hombre juntamente, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

 

Por lo tanto, la celebración eucarística es mucho más que un simple banquete: es precisamente el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. «Memorial» no significa sólo un recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo” (Miércoles 5 de febrero 2014).

 

De esta manera, “La gratitud se convierte en el primer paso de toda conversión” porque tiene esa fuerza de sacarnos de nosotros mismos hacia el otro. La eternidad será una gratitud sin fin.

 

Contextualización histórica-religiosa

Una de las características del ser humano, es saber interpretar los diversos acontecimientos de su historia. Pues bien, el pueblo de Israel, con su cultura nómada, semítica, muy distinta a la nuestra, la interpreta de una manera muy original.

 

Poco a poco interpretan que es un pueblo elegido por un Dios especial a quien llamaron Yahvé. Son monoteístas, creen que está con ellos acompañándolos y guiándolos, y que poco a poco les va revelando su voluntad. Con el tiempo, eligen a “Los Jueces”, parecidos a nuestros líderes sociales, que están atentos a las necesidades de todos.

 

En momentos de corrupción aparecen “Los Profetas” quienes denuncian la idolatría y las injusticias, y anuncian la llegada de un mundo mejor y de un personaje especial al que laman “El Mesías” “El Ungido del Señor”. Para reparar las culpas, presentan a un Dios que desecha los sacrificios y las ofrendas, y proclaman a uno que prefiere la justicia con el huérfano, la viuda y el extranjero, hoy diríamos, los migrantes. Es muy diciente Isaías; te invito a leer despacio Isaías 1, 10-17, en el que explica cuál es el verdadero culto.

 

Entre los muchos personajes del Antiguo Testamento, hay uno muy significativo, Moisés. Lo ubican aproximadamente en el año 1250 A.C. Es un líder, religioso y político, que interpreta la Voluntad de Yahvé; organiza la salida de su pueblo, que estaba sometido a la esclavitud bajo el imperio egipcio y les da a conocer, más tarde, los diez mandamientos, valores indispensables para una convivencia humana.

 

Para que el pueblo de Israel pudiera subsistir debía cumplir con unas exigencias, diríamos hoy, condiciones éticas y religiosas, contenidas en lo que llamaron “La Alianza”, que con el correr de los siglos, no se cumplió. De las 12 tribus de Israel, sólo una permaneció en la historia, la tribu de Judá, origen de los judíos, quienes cada año, recuerdan a sus antepasados con una celebración en forma de cena, llamada “La Pascua” es decir “el Paso” de su Dios, Yahvé, quien liberó a su pueblo para conducirlos a la Tierra Prometida, símbolo de libertad y de amor.

 

Jesús, uno de los mejores intérpretes de la historia humana, como buen judío, quiso celebrarla con sus discípulos. En sus tres años de contacto con la gente, se dio cuenta de las incoherencias de quienes interpretaban las leyes.

 

Para darle un significado más profundo a “La Antigua Alianza”, vivió hasta las últimas consecuencias el amor a los más vulnerables y entró en conflicto con sus dirigentes religiosos. De los múltiples mandamientos dejó sólo uno: “Les doy un nuevo mandamiento, que se amen los unos a los otros, así como yo los amo a ustedes” (Juan 13,34) y se atrevió a matizar ese amor diciendo, “Sean misericordiosos, así como su Padre es misericordioso” (Lucas 6, 27-36). Esa era su Voluntad, la tomó en serio y esta opción de vida, lo condujo a una muerte violenta.

 

El P. Pagola afirma: “Podemos decir sin temor a equivocarnos que la gran “revolución religiosa” llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía de acceso a Dios distinta a lo sagrado: la ayuda al hermano necesitado” (Pagola, “Jesús, aproximación histórica” p. 283-4). Y por ello el P. Gustavo Baena, S.J., afirma que Jesús y el cristianismo “son más que una religión”.

 

Dios su Padre, por haber cumplido su voluntad, no lo abandona, lo resucita, lo transforma con su Espíritu y lo elige como el “Primogénito” de la creación, es decir el ícono de todo ser humano que quiera ser verdaderamente humano. Sus seguidores lo experimentan como el Camino de Verdad, que conduce a la Vida eterna. Con Él y en Él, se vence al Pecado, fuente y origen de toda esclavitud que lleva a la muerte. Además, nos invita a seguir sus pasos.

 

De esta manera, en Jesús y con Jesús, nace “La Nueva Alianza”, de amor y de fidelidad del Señor con su Dios y con cada uno de nosotros. Y por ello exclama, antes de su muerte:

 

“Tomen y coman todos de él,

porque esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes”

(Lucas 22,19)

“Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza Nueva y eterna,

que será derramada por ustedes, y por muchos para el perdón de los pecados.

Hagan eso en conmemoración mía”.

(Mateo 26,27-28)

 

La Eucaristía es un “Memorial”. No es un recuerdo de un hecho pasado, es una acción que re-nueva y actualiza el sacrificio salvador de Jesús, celebrado en el contexto de la Pascua Judía, pero a la vez, nos lanza hacia un futuro lleno de esperanza gracias a la presencia de Cristo Resucitado, es decir, anticipa nuestra plena liberación.

 

El Papa Francisco en su homilía del Corpus Christi de 2020, explica admirablemente lo que es un memorial. Dice: “Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó solo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor”.

 

Gracias a San Pablo conocemos el relato más antiguo sobre la Eucaristía. Se informó que las comunidades de Corinto, las más difíciles de evangelizar, no celebraban dignamente sus “Asambleas”, es decir, “La Cena del Señor”. Había divisiones y

 

borracheras, en sus reuniones. Además, injusticias por la forma como trataban a las personas vulnerables de la época, como eran las viudas y los pobres. Les escribe:

 

“Al escribirles lo que sigue, no puedo felicitarlos, pues parece que sus reuniones les hacen daño

en vez de hacerles bien. En primer lugar, se me ha dicho que cuando se reúnen para celebrar el culto,

hay divisiones entre ustedes…

 

El resultado de esas divisiones es que la cena que

ustedes toman en sus reuniones ya no son realmente la Cena del Señor. Porque a la hora de comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y mientras unos se quedan con hambre, otros hasta se emborrachan.

¿No tienen ustedes casas donde comer y beber?

¿Por qué menosprecian la iglesia de Dios y ponen en vergüenza a los que no tienen nada?

¿Qué les voy a decir? ¿Qué los felicito? ¡No en cuanto esto!”

 

“Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en recuerdo mío”.

 

Así mismo también el cáliz después de cenar diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre.

Cuantas veces lo beben, háganlo en memoria mía”. Pues cada vez que comen este pan y beben este cáliz, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga.

Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente,

será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor…

Así pues, hermanos míos, cuando se reúnan para la Cena,

espérense los unos a los otros. Si alguno tiene hambre,

que coma en su casa, para que Dios no tenga que castigarlos por esa clase de reuniones.

Los otros asuntos los arreglaré cuando vaya a verlos”.

(1 Corintios 17-27, 33-34).

 

José María Castillo, en su libro “La Religión de Jesús” también hace una crítica fuerte a la forma como se ha ido desdibujando la celebración. Afirma:

 

“Pero la Eucaristía ha sufrido tales cambios, desde Jesús hasta este momento, que resulta sencillamente irreconocible. Porque ha pasado a ser, de una “cena que recrea y enamora” (S. Juan de la Cruz) a ser una ceremonia religiosa, que cada día se entiende menos e interesa a menos personas. No se sabe cuándo dejó de ser una cena de intimidad y amor y se convirtió en un ritual sagrado. Lo que sí sabemos es que, en el siglo VIII, el ritual se separó de los fieles, se siguió diciendo en latín, aunque ya la gente empezó a hablar las lenguas actuales, la “decía” un sacerdote de espaldas al pueblo, y la “oía” un pueblo al que empezó a interesarle sobre todo “Ver la hostia consagrada”; … Además, los teólogos de entonces dijeron que lo específico del sacerdote es el poder de consagrar en la misa. Con lo que la eucaristía dejó de ser un acto de la comunidad y pasó a ser un privilegio del clero” (José María Castillo, “La Religión de Jesús”, Comentario al Evangelio diario-Ciclo A, 2016-2017, p.269).

 

¿Qué hacer? Volver a sus orígenes, a lo fundamental.

Quisiera ofrecer a quienes inician procesos de encuentro con Dios, una explicación didáctica sobre la Eucaristía. Comencemos…

 

Las cenas especiales, por sencillas que sean, tiene un motivo, invitados, arreglos, a veces regalos, música, preparación y un cierto protocolo. En “La Cena del Señor” se destacan:

 

1. El motivo

Decíamos anteriormente que en la Eucaristía celebramos la Pascua del Señor Jesús, es decir, su muerte y su resurrección, simbolizada sacramentalmente en el Pan y en el Vino. En ella Jesús estableció la Nueva Alianza entre el Dios revelado en Cristo y la humanidad. No es un recordar, es un memorial, es decir, un rito que, con sus palabras y gestos, renueva, actualiza y anticipa la resurrección.

 

2. Los invitados

Todos los que nos sentimos llamados y queramos colaborarle a Jesús a cumplir la voluntad de Dios, su Padre, que también es el nuestro, en el proyecto de instaurar la soberanía de su amor misericordioso y así encontrarle mayor sentido a su vida.

 

3. La comida y la música

Son alimentos, cuya finalidad es fortalecer nuestro espíritu para que podamos cumplir con el único mandamiento, el amor, en sus tres dimensiones, amarnos a nosotros, a nuestro prójimo y en ese amor, experimentar que estamos amando al único Dios al estilo de Jesús.

 

  • El “Primer Alimento Espiritual” es el de la Palabra de un Dios que se ha encarnado en la historia compleja del ser humano, en sus aciertos y desaciertos; en sus contradicciones, infidelidades, engaños y pecado. Allí se hace presente a través de hombres y mujeres fieles, especialmente en los profetas que denuncian las injusticias y anuncian la fidelidad y el amor misericordioso.

Se proclaman lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento en las cuales se contempla la forma como se va realizando la revelación y se da a conocer “el secreto que hace siglos y generaciones Dios tenía escondido… ese secreto es Cristo que habita en ustedes y que es la esperanza de la gloria que han de tener” (Colosenses 1,27).

 

  • Entre el “Primer Alimento y el Segundo”, la liturgia nos invita a orar a través de los salmos, selecciona un estribillo que, al repetirlo, como en las canciones, nos une al Señor presente en la comunidad.

La música y el canto desempeñan una función especial. Con razón decía San Agustín, “quien canta, ora dos veces”. Y si es la comunidad quien lo realiza, es una verdadera oración comunitaria. Debemos evitar extremos: “ir a misa a oír cantar”, como si fuéramos a un concierto donde estamos pasivos, o hacerlo con gritos y movimientos desproporcionados para llamar la atención. Eso distrae.

 

Así como hay palabras que, por ser únicas, expresan toda una historia, como “Te amo” “Te necesito” “Me haces falta”, en la liturgia tenemos la palabra ALELUYA, con su hermoso significado, “Alabemos, glorifiquemos a nuestro Dios, tan especial, a Él todo honor, toda gloria” por su fidelidad con nosotros.

 

  • El “Segundo Alimento Espiritual” tiene la finalidad de nutrirnos con el Cuerpo y Sangre de Cristo, quien fue muy claro diciendo: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí nunca tendrá sed…el pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré por la vida del mundo… y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él” (Juan 6,35.48.51.54). Uno es lo que come a nivel físico y espiritual.

 Significativas la afirmación del Papa Francisco celebrando la fiesta de Corpus Christi en el 2020: “La fragilidad de una Hostia rompe lo corazones de nuestro egoísmo”.

 

4. La mesa, manteles, cubiertos y flores

La Mesa significa el altar en el cual Jesús, al cumplir perfectamente la Voluntad de su Padre, nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como alimento para que cumplamos el único mandamiento.

 

En una buena cena hay manteles. En este “Banquete del Reino” como lo llama el P. Cabarrús, hay un pañito que se llama “Corporal” donde se coloca el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y otro que se llama “Purificador” y es equivalente a una servilleta porque sirve para limpiar los utensilios utilizados en la Cena del Señor como son el cáliz, la patena y el copón, donde está el Pan para todos los comensales.

 

Los cubiertos son muy especiales, son nuestras manos, las mismas con que saludamos, trabajamos, abrazamos y acariciamos. Son las manos salvadoras del Señor, convertidas en nuestras manos, con las cuales colaboramos en su misión liberadora, porque han transformado lo finito en infinito; lo material en espiritual; la codicia en amor; el egocentrismo en servicio y el pecado en gracia. En las manos del sacerdote que preside, están las nuestras, que son las de Cristo vivo en nosotros.

 

Las flores con sus múltiples niveles de simbolismos espirituales como la alegría en la Navidad y en la Pascua y, al no colocarlas, la austeridad en el Adviento y la Cuaresma. Recuerdan la belleza de la naturaleza creada por Dios, la vida espiritual y las virtudes que debemos tener en nuestro corazón. Son emblemas de inocencia y santidad.

 

5. El crucifijo en la mesa del altar

Indica que en la mesa se conmemora sacramentalmente el gesto más grande de amor: dar la vida por nosotros para que, con su Espíritu, la demos a quienes nos rodean, especialmente a los más vulnerables.

 

El crucifijo expresa que Cristo en nosotros, sigue muriendo, y gracias a Dios, su Padre Maternal, al resucitar a su Hijo, también lo hace en nosotros.

 

Enorme significado cuando Juan afirma: “Mirarán al que transpasaron” (Juan 19,37), es decir, Cristo en Cruz, es el ícono para toda la humanidad, modelo de ser humano.

 

6. El saludo

Recibido el saludo de entrada, y puesto el vestido adecuado, podemos sentarnos para “ver”, “sentir” y “gustar” las cuatro presencias de Cristo Resucitado, como lo afirma el Concilio Vaticano II (1962-1965): Cristo presente en la Comunidad; presente en la Palabra; presente en quien Preside y presente en el Pan y el Vino.

7. El vestido

El vestido apropiado para celebrar la “Cena del Señor” no es tanto el externo sino arreglar y vestir el corazón. Somos personas finitas, limitadas, incompletas, contradictorias, con zonas íntimas indescifrables, algunas oscuras, que necesitan limpieza. Se logra abriendo el corazón al AMOR de misericordia, reconociendo humildemente nuestro pecado y recibiendo el perdón.

 

El evangelio de Juan enriquece el significado de la “Última Cena” cuando incluye el lavatorio de los pies, es decir, el servicio por amor, como signo por excelencia del rito. Es Jesús quien se inclina, y viene a nosotros para llevarnos al Padre, a través de su Espíritu.

 

8. La ofrenda: pan y vino

Cuando nos invitan a una cena, a veces, llevamos algún detalle. Para esta celebración aportamos, un poco de pan y un poco de vino en los cuales podemos significar nuestras vidas, logros, vicisitudes, necesidades, y aun nuestras mismas limitaciones. También se nos pide una ofrenda, según la capacidad de cada uno, para apoyar las necesidades materiales de la Iglesia. Por la presencia del Espíritu de amor, todo aquello entra en un proceso de transformación y sanación.

 

Después de la consagración del Pan y del Vino, la comunidad proclama lo celebrado con tres afirmaciones que sintetizan todo el Sacramento Eucarístico:

 

“Anunciamos tu muerte”, es decir, reconocemos con mucho dolor el sufrimiento y la muerte de Cristo en nosotros y en nuestros hermanos.

 

“Proclamamos tu resurrección”, significa que reafirmamos en la fe, la capacidad del Espíritu de Cristo, de transformarnos con su amor. No hemos perdido la esperanza. “Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.

 

“Ven, Señor, Jesús”, suplicamos humildemente, que así sea. La tardanza no depende de Dios, depende de nosotros.

 

Si es Jesús quien se entrega, hasta darnos de nuevo la vida, somos nosotros quienes también en Él nos entregamos y derramamos nuestra sangre en cada momento de nuestra existencia.

 

9. El “brindis” espiritual

En todo acontecimiento importante es necesario proclamar el motivo de la fiesta. En nuestro caso es nada menos que Cristo muerto y resucitado, que venció la muerte producida por el Pecado, origen de todo mal y que se manifiesta especialmente en la codicia.

 

En la “Cena del Señor”, quien preside, proclama solemnemente, “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente en unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. La Asamblea responde, “Amén”, es decir, así es y será. Es la conclusión solemne de la Plegaria Eucarística, es decir, el reconocimiento de que toda la gloria se debe al Padre en unión a Cristo por el Espíritu.

 

Es una proclamación de alabanza a nuestro Dios Trinitario revelado en y por Jesús que nos presenta a un Dios comunitario, presente cuanto vivimos en comunidad, en pareja, en familia... Ese es el verdadero Dios encarnado. Nada de individualismos alienantes, opio del pueblo, como decía aquel gran crítico de la religión. Es encontrar en lo humano, lo divino.

 

10. Partir el pan

La “Fracción del Pan”, fue el primer nombre asignado a la Eucaristía indicando que, no es un rito estático sino dinámico. Es un llamado para ser “Contemplativos en la Acción”, y activos en la contemplación, realidades esenciales en la Espiritualidad Ignaciana.

 

¿Qué nos pasó a los países, educados en la religión católica y ahora con los índices más altos de corrupción, de muerte, de inequidad e irrespeto a la mujer y a los niños?

¿Cuál es el fruto de la Primera Comunión y de la Confirmación y de tantas celebraciones? ¿Qué ha sucedido?

 

Anteriormente se exaltaba la presencia de Cristo sólo en la Hostia. Alrededor de ella nació una profunda espiritualidad que respondía a circunstancias históricas muy particulares. Actualmente, sin negar esta gran verdad, se retoma la afirmación de San Pablo, quien dice que “Somos Hostias Vivas”.

 

Por lo tanto, el mismo respeto que exige la presencia de Cristo en el Pan y en el Vino consagrados, lo exige la presencia de Cristo en todo ser humano, en cada uno de nosotros y especialmente en los más sencillos y humildes. Sin comunidad, sin fe y sin justicia, el rito pierde su significado. Este fue el problema que se le presentó a Pablo con la comunidad de Corinto.

 

11. Una cena que sana y libera.

De Jesús, dice el evangelio, brotaba una fuerza que sanaba a quienes se lo pedían. “He traído fuego a la tierra y quiero que arda”, es el fuego de su amor apasionado que purifica y libera. Con razón el Papa Francisco recomendó que nos ubiquemos como enfermos en la mesa del altar frente a un enfermero especial que sana. Hay que estar abiertos a su Santísima Voluntad. El Dios revelado en Jesús, tiene su tiempo para liberarnos.

 

12. La bendición.

Otro signo importante que debemos comprender, “sentir y gustar para sacar algún provecho”, como decía el Maestro Ignacio, es iniciar y terminar la Cena con la bendición Trinitaria. Con ella comenzó nuestra vida espiritual en el bautismo cuando nos “sumergimos en Cristo” y así finalizará nuestra vida biológica para comenzar aquella del “Banquete del Reinado del amor”, que no tiene fin.

 

Celebrando dignamente “La Cena del Señor” estamos cumpliendo con la Voluntad de Dios al estilo de Jesús. Aquí está la fuente de felicidad que todos anhelamos y el fundamento teológico del nombre que le hemos dado a esta propuesta llamada, “El arte de orar, amar y servir, al estilo de Jesús”. No hay diferencia entre, “orar, amar y servir”.

 

Cuando hay una unión clara entre el rito, la fe, la vida cotidiana y la justicia, la celebración se carga de sentido, de significado; se hace transparente la presencia del Señor y por ello es un Sacramento que, como los otros, deben formar ciudadanos que aporten lo mejor de sí, para el cambio radical que necesitamos.

 

La Eucaristía nos lanza a vivir nuestros compromisos políticos, como es el apoyo a los Derechos Humanos, con sus respectivos deberes, que todos tenemos que cumplir. Superemos esa actitud facilista de ser criticones y colaboremos siendo lo mejor de nosotros mismos en bien de la patria. Recordemos esa verdad tan grande “Cada pueblo se merece los gobernantes que tiene”. Somos responsables, directa o indirectamente, de todo lo que está sucediendo.

 

Pidamos para que el amor del Padre Maternal nos conceda la gracia de vivir más a fondo aquello que su Hijo nos dejó como legado, “La Cena del Señor” y que María y San José, que estuvieron tan cerca de Jesús, intercedan por nosotros.

 

 

P. Julio Jiménez, S.J.

Promotor de la Espiritualidad Ignaciana 

CIRE- Bucaramanga


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