Perdamos el miedo a hablar de nuestros miedos

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • I Libro de los Reyes 19, 9ª. 11-13ª
  • Carta de san Pablo a los Romanos 9, 1-5
  • Mateo 14, 22-33

El Diccionario de la Real Academia define el miedo como “una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. En este momento, la humanidad está sumida en un miedo colectivo. Y el riesgo que corremos no es imaginario; cada día las cifras van en aumento. 

 

Hasta hace algunos meses, la palabra miedo aparecía esporádicamente en nuestro lenguaje, pero ahora su presencia es constante. En febrero y marzo, el coronavirus causaba estragos en otros continentes. Pero ya lo tenemos en casa; personas cercanas a nosotros han resultado positivas y algunas han muerto.

 

Ante esta realidad en que nos encontramos, tenemos que superar el tabú cultural de hablar de los miedos que nos atormentan. La cultura nos ha inculcado que los miedos deben permanecer ocultos en nuestra intimidad, y si algo se filtra al exterior, debemos minimizarlos. ¡Qué tontería! Expresemos con libertad nuestros miedos: nos da miedo contraer el virus y transmitirlo a las personas que viven con nosotros; nos da miedo acudir a una Clínica por una urgencia; nos da miedo perder el empleo; nos da miedo que esta situación se siga prolongando indefinidamente.

 

¿Por qué introduzco este incómodo tema del miedo en esta meditación dominical? Porque el Evangelio de hoy nos habla del miedo que sintieron los discípulos cuando los sorprendió una tempestad en medio del lago, y del miedo que se apoderó del apóstol Pedro cuando empezó a caminar sobre las aguas, pero creyó que el viento lo iba a hundir.

 

El evangelista Mateo rompe el tabú del miedo y nos comparte los sentimientos de los discípulos de Jesús en medio de la tempestad. También nosotros debemos superar este tabú; permitámonos expresar nuestros miedos e incertidumbres. Las preocupaciones se hacen más llevaderas cuando las comunicamos. No pretendamos silenciar nuestros temores. Millones de seres humanos están sintiendo lo mismo. A través de la conversación busquemos juntos caminos de esperanza.

 

¿Qué dice Jesús a los atemorizados discípulos? “¡Calma, soy yo; no tengan miedo!”.  ¿Qué dice Jesús a Pedro, que siente que se va a hundir en las aguas del lago? “¡Desconfiado! ¿Por qué dudaste?”

 

Ignacio de Loyola, hombre de profunda sabiduría espiritual, aconseja que debemos poner todos los medios humanos como si el resultado dependiera de nosotros, y que después dejemos todo en manos de Dios, como si todo el resultado dependiera de Él. ¿Qué significa esto frente a la pandemia? Simultáneamente, debemos fortalecer nuestra vida espiritual, y obrar con inteligencia y prudencia:

 

  • La sabiduría humana está de rodillas ante este enemigo microscópico. Somos capaces de enviar naves a otros planetas, pero no podemos frenar a este virus. Dejemos a un lado la prepotencia. Seamos humildes.  Tenemos que reconocer nuestras fragilidades. Somos vulnerables. Necesitamos que el Señor de la vida nos proteja y conforte. El Covid-19 no respeta fronteras ni edades ni jerarquías sociales.
  • Los creyentes leemos nuestros temores y fragilidades desde nuestra fe en Jesucristo resucitado, que es camino, verdad y vida. Con su ayuda lograremos salir adelante. Nuestra fe no espera que, de manera milagrosa, aparezca la vacuna que ponga fin a esta pesadilla. Sabemos que Dios actúa a través de sus criaturas. Confiamos en el trabajo de los científicos y en la prudencia de los gobernantes.
  • En este momento, la única barrera eficaz es el auto-cuidado. Con unos procedimientos muy simples podemos contener su expansión. Pero la gente piensa que es problema de otros y que el virus no los va a afectar.
  • Depende de la prudencia humana corregir el modelo económico que ha causado daños irreparables en el medio ambiente. Ojalá esta pandemia nos abra los ojos. El cambio climático está causando desastres. 
  • Como dice la sabiduría popular, “a Dios rogando y con el mazo dando”. Esto significa orar para que Dios nos proteja y nos dé la sabiduría para tomar las decisiones acertadas; y obrar de manera responsable poniendo en práctica la ética del cuidado.

Que esta sencilla meditación dominical, inspirada en los sentimientos de los discípulos sorprendidos por una tormenta, nos ayude a no quedar paralizados por los miedos y temores después de casi cinco meses de cuarentena:

  • Busquemos en la oración la fortaleza espiritual que tanta falta nos hace.
  • A través de la conversación compartamos nuestros sentimientos y démonos esperanza.
  • Promovamos actividades que nos permitan conservar la salud física y emocional, que están amenazadas por el confinamiento forzoso.
  • Respetemos estrictamente los protocolos de bioseguridad.

Perdamos el miedo a hablar de nuestros miedos

 


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