El bazar de ilusiones que ofrecen los llamados influencers

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Deuteronomio 30, 10-14
  • Carta de san Pablo a los Colosenses 1, 15-20
  • Lucas 10, 25-37

 

En la sociedad actual, las redes sociales se han convertido en una herramienta de comunicación que permite la circulación ilimitada de mensajes. Estos juicios de valor se convierten en tendencia, sin importar la objetividad de lo que se afirma y sin verificar la seriedad de la fuente donde se origina la información.

El concepto tradicional de líderes de opinión ha sido reemplazado por unos personajes llamados influencers o influenciadores. Esta palabra designa a personas que tienen una presencia importante en las redes sociales con muchos seguidores, cuyas preferencias, estilo de vida y marcas que utilizan son imitados por muchas personas. Detrás de estos influencers hay un sofisticado montaje comercial, pues tienen una gran capacidad de inducir al consumo y posicionar nuevos productos. Los políticos han descubierto este poder y con sus trinos alientan las pasiones de sus seguidores.

 

Hace algunos meses estalló un escándalo en las redes sociales cuando una influencer que promovía la dieta vegana, esa forma de vegetarianismo extremo que rechaza cualquier proteína de origen animal, fue sorprendida por un fotógrafo saboreando un exquisito plato de pescado en un hotel de lujo en una isla del Pacífico. Esta foto fue suficiente para destruir el millonario negocio alrededor de las modas alimenticias: conferencias alrededor del mundo, libros, promoción de suplementos vitamínicos.

 

Los hombres y mujeres de nuestro tiempo fácilmente quedan atrapados por el discurso manipulador de estos personajes. La gente se deja deslumbrar por el bazar de ilusiones que ofrecen.

 

Teniendo como telón de fondo esta realidad nueva de las redes sociales, podemos decir que la liturgia de este domingo nos ofrece dos propuestas complementarias sobre el camino de realización personal y para hallar la plenitud de sentido en nuestra vida. Estas dos propuestas son formuladas por dos gigantes de la historia humana: Moisés y Jesús. Aunque un abismo los separa (Moisés, un ser humano; Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre), se ubican dentro de la misma tradición e historia de salvación, aunque con roles totalmente diferentes. Para los creyentes, la Palabra de Dios nos muestra el camino. No perdamos el tiempo buscando recetas de felicidad allí donde solo encontraremos intereses económicos y manipulación ideológica.

 

¿Cuál es la propuesta que hace Moisés? Leamos las palabras del libro del Deuteronomio: “Habló Moisés al pueblo y le dijo: Escucharás la voz del Señor tu Dios y guardarás sus mandamientos y preceptos, lo que está escrito en este libro de la Ley. Te volverás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”. Para quienes pertenecemos a la tradición judeo-cristiana, los Diez Mandamientos sintetizan los grandes principios orientadores de la existencia en relación con Dios, con el entorno social y el mundo creado. A medida que la humanidad avanza en su reflexión, se va enriqueciendo la comprensión de estas sapientísimas reglas de conducta. Pensemos, por ejemplo, en el 5° mandamiento, “No Matarás”, cuyo alcance va mucho más allá del enunciado literal y nos exige el cuidado y la protección de la vida en todas sus manifestaciones. En la actualidad, No Matarás implica el cuidado de la casa común, es decir, la protección del medio ambiente y los hábitos saludables de vida.

 

Quienes pertenecen a otras tradiciones filosóficas y religiosas no hablan de los Diez Mandamientos, pero reconocen la existencia de un imperativo ético escrito en lo más profundo del ser humano, que puede recibir denominaciones muy diversas, pero que coinciden en lo fundamental. Moisés, formidable influencer del pueblo de Israel, nos hace un potente llamado, que se sigue replicando desde hace muchos siglos. Y cuando la humanidad se olvida de este mensaje, sobreviene el caos, como nos lo muestran las guerras y las dictaduras.

 

¿Cuál es la propuesta que nos hace Jesucristo? Su presencia como Hijo de Dios encarnado transformó la historia espiritual de la humanidad. En el texto evangélico que acabamos de escuchar, Él hace una propuesta disruptiva que revolucionó las tradiciones sobre la ética y los valores.

 

A la pregunta que le hace un doctor de la Ley: “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”, Jesús responde con la parábola del buen samaritano, que propone una ética de la solidaridad y la misericordia, cuya aplicación tendría un efecto paliativo inimaginable para los sufrimientos de la humanidad.

 

Al describir el comportamiento del sacerdote y del levita que siguieron de largo, insensibles ante el sufrimiento de este viajero herido por unos ladrones, Jesús pone en evidencia la crueldad de la indiferencia. Los gobiernos y las organizaciones internacionales actúan tímidamente ante los estragos del hambre, de la pobreza, de las guerras y de los desastres naturales. Los medios de comunicación dan las cifras de la tragedia y anuncian ayudas que nunca llegan. Con frecuencia, se capitaliza el dolor humano para favorecer determinados intereses políticos, por ejemplo, los campos de refugiados, que son mostrados según convenga a un interés político concreto. Para determinados grupos, no es útil resolver este problema porque les conviene que estas heridas sociales sigan abiertas.

 

Frente a la cruel indiferencia, reflejada por el sacerdote y el levita de la parábola, Jesús propone una ética de la solidaridad y la misericordia, de la que da testimonio el buen samaritano, que se conmovió ante las heridas de este viajero y puso los medios para aliviar su dolor.

 

No necesitamos largos debates filosóficos sobre la solidaridad y la misericordia. Basta mirar a nuestro alrededor para valorar el comportamiento generoso de muchas personas que, en la medida de sus posibilidades, abren sus brazos para acoger a los que sufren. Para ejercer la solidaridad y la misericordia no hay que ser ricos. Lo más importante es tener un corazón sensible y la firme voluntad de ayudar. Más que dar cosas, se trata de darnos: nuestro tiempo, la palabra cariñosa, ofrecer oportunidades. Nadie puede decir que no sabe cómo ejercer la solidaridad y la misericordia, pues junto a nosotros hay muchas personas a las cuales podemos ofrecer una luz de esperanza en medio de la noche en que se encuentran.

 

Los creyentes vamos más allá del altruismo y la filantropía. Cuando atendemos al hermano que sufre, vemos el rostro de Cristo y recordamos sus palabras: “Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber”. Que estos dos inspiradores relatos, de Moisés y Jesús, ayuden a orientar nuestras vidas por el camino del bien y del servicio, de manera que no estemos sometidos a las ilusiones de felicidad, que ofrecen los llamados influencers, protagonistas de las redes sociales.


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