Valoremos el tesoro de libertad que nos regala Jesucristo

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • I Libro de los Reyes 19, 16b. 19-21
  • Carta de san Pablo a los Gálatas 5, 1. 13-18
  • Lucas 9, 51-62

Para muchos cristianos, la pertenencia a la Iglesia hace parte de una larga lista de hechos que tejen nuestra historia y que no nos sorprenden. Por ejemplo, nos parece muy natural haber nacido en Colombia, uno de los países con mayor biodiversidad del mundo; no valoramos nuestro idioma, el español, que nos permite comunicarnos con cientos de millones de personas; llevamos unos apellidos que nos conectan con unos antepasados de los que hemos heredado, no solo el patrimonio genético, sino también unos valores y tradiciones. Esta lista de realidades, que hacen parte de nuestro equipaje existencial, no es valorada suficientemente. Y lo que no se valora, no se cuida. Y lo que no se cuida, puede perderse fácilmente.

Pues bien, en el texto de la Carta a los Gálatas que acabamos de escuchar, san Pablo nos habla de un tesoro que hemos recibido de Jesucristo. Si no somos conscientes de él, podemos perderlo. Los invito a leer las palabras de san Pablo: “Hermanos: Nosotros gozamos de la libertad que os dio Cristo. Manténganse, pues, firmes en esta condición y no se dejen poner de nuevo el yugo de la esclavitud”.

 

Este texto contiene dos mensajes muy claros:

  • En primer lugar, nos invita a tomar conciencia de lo que ha significado la redención obrada por Jesucristo; para ello, Pablo utiliza la palabra libertad, que expresa las más profundas aspiraciones del ser humano, y cuya defensa ha inspirado acciones heroicas.
  • En segundo lugar, el apóstol Pablo nos hace un llamado de atención. Toda esa riqueza que hemos recibido del Señor puede perderse si no la cuidamos. Es un tesoro que tenemos guardado en el frágil vaso de arcilla de nuestra capacidad de tomar decisiones, que es caprichosa y se deja deslumbrar por valores aparentes. San Pablo expresa en términos muy directos este llamado de atención: “No se dejen poner de nuevo el yugo de la esclavitud”.

En esta meditación dominical, profundicemos en el significado de este tesoro de libertad que nos regala Jesucristo.

 

Por influjo de los escribas y fariseos, el pueblo de Israel había quedado atrapado en una asfixiante telaraña de preceptos y ritos que regulaban cada uno de los aspectos de la vida. Se había perdido la frescura de la Alianza entre Yahvé y su pueblo. En la mentalidad de los líderes religiosos, la salvación era el resultado del esfuerzo por cumplir unas obligaciones.

 

Jesucristo hace saltar en mil pedazos esta desviación y nos enseña que la salvación es un don de Dios que se recibe con infinito agradecimiento. En el nuevo orden que instaura Jesús, la fatigante lista de mandamientos quedó reducida a dos principios revolucionarios: el amor a Dios y el amor al prójimo. Por eso san Pablo afirma: “Nosotros gozamos de la libertad que nos dio Cristo”.

 

Cuando Jesucristo inicia su predicación, se encuentra con unas crueles barreras que separaban a amplios sectores de la población, quienes eran discriminados y se les impedía participar plenamente de la vida social y religiosa: los cobradores de impuesto, los samaritanos, los portadores de algunas enfermedades, las prostitutas, etc. Jesucristo derribó esos muros de discriminación y se convirtió en el defensor de los excluidos, a quienes declaró como los preferidos en el Reino de los cielos. Por eso, los excluidos de Israel entienden perfectamente las palabras de san Pablo: “Nosotros gozamos de la libertad que nos dio Cristo”.

 

Una de las principales causas de incertidumbre es la realidad de la muerte. Para los materialistas, la muerte pone punto final a la aventura humana. Enfrentan esta realidad de diversas maneras: unos viven intensamente el presente, evitando pensar en el final; otros asumen una posición estoica de auto-control ante cualquier sentimiento pesimista que trate de expresarse; otros pretenden prolongar su huella en este mundo a través de la ciencia o del arte o de la filantropía.

 

Los seguidores del Señor resucitado hacemos una lectura absolutamente diferente de la muerte biológica. La vemos como una puerta que nos abre el acceso a la plenitud de la Verdad y del Amor. Por eso la resurrección de Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud de la muerte. Cristo resucitado nos ha precedido en la casa del Padre.

 

Finalmente, la máxima liberación llevada a cabo por Jesucristo es haber restablecido la relación con Dios que había sido rota por el orgullo humano que alimenta la absurda pretensión de llegar a ser como Dios. El sacrificio del Señor en la cruz ha establecido una alianza nueva y eterna que ya nada podrá romper. En Cristo hemos sido constituidos hijos de Dios y coherederos del Reino

 

De ahí la enorme importancia de comprender el significado del sacramento del Bautismo, que nos hace partícipes de la vida divina y nacer a esta realidad nueva que san Pablo expresa con la palabra libertad.

 

Motivados por este texto de la Carta a los Gálatas, valoremos este inmenso tesoro que hemos recibido. Como la fe cristiana hace parte de nuestro acervo cultural, este formidable tesoro de la libertad que nos regala Jesucristo no nos sorprende. Y cuando algo no se aprecia en su justo valor, fácilmente queda subordinado a otros intereses, descritos por san Pablo como “el yugo de la esclavitud”. Nos dice en esta Carta a los Gálatas: “No se dejen poner de nuevo del yugo de la esclavitud”.


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