Sentido profundo de la participación eucarística

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro del Génesis 14, 18-20
  • I Carta de san Pablo a los Corintios 11, 23-26
  • Lucas 9, 11b-17

Hoy celebra la liturgia la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Es una invitación para detenernos a meditar sobre el Misterio eucarístico que, para muchos bautizados, tiene el amargo sabor de la obligación. Quizás una deficiente catequesis ha impedido descubrir su significado: cada domingo somos invitados a sentarnos a la mesa del Señor y alimentarnos con el Pan de vida y el Cáliz de salvación. Es como si perteneciéramos a ese grupo privilegiado delos discípulos que asistieron a la Última Cena. Que esta fiesta sea la oportunidad de hacer un alto en el camino y reflexionar sobre el alcance de la invitación que nos hace el Señor. En el camino de la vida, que es largo y difícil, la Eucaristía es el momento para recuperar nuestras fuerzas y alimentar el espíritu.

En la primera lectura, tomada del libro del Génesis, se nos narra cómo el sumo sacerdote Melquisedec y el patriarca Abrahán tuvieron una oración de acción de gracias en la que el pan y el vino fueron puestos sobre el altar. El pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, son expresión de la acción de gracias por la protección que ha tenido Yahvé con su pueblo. En la Eucaristía, instituida por Jesucristo, el pan y el vino adquieren una significación especialísima al convertirse en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso la misa es la máxima expresión de acción de gracias.

 

El evangelista Lucas nos relata el milagro de la multiplicación de los panes. Este milagro es como la anticipación de lo que será el Pan eucarístico en la vida de las comunidades. Por eso el relato del milagro tiene profundas afinidades con una celebración litúrgica.

 

Las multitudes seguían a Jesús porque su Palabra respondía a sus interrogantes más hondos y en Él encontraban el sentido de sus vidas. Jesús se conmueve ante esta multitud que lo escuchaba con devoción y que no tenía cómo alimentarse. Entonces el Señor realiza el milagro de dar de comer a unas cinco mil personas a partir de cinco panes y dos pescados. El evangelista nos cuenta que después de quedar satisfechos todos los presentes, sobraron doce canastos de pan. Este relato contiene, entre líneas, un mensaje eucarístico: el Pan que nos ofrece el Señor, que es el Pan de la Palabra yel Pan eucarístico, satisface nuestras necesidades más profundas. Es el Pan que da la Vida eterna.

 

La I Carta de san Pablo a los Corintios es uno de los primeros textos del Nuevo Testamento. Lo escribió mientras vivía en la ciudad de Éfeso, entre los años 54 y 57 DC. Estaban vivos quienes habían comido y bebido con el Resucitado.

 

Por eso es tan importante este testimonio de san Pablo sobre la institución de la Eucaristía: “Yo recibí esta tradición que viene del Señor y que a mi vez les transmití: que el Señor Jesús en la noche en que fue entregado tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en conmemoración mía. Lo mismo hizo con la copa…” Fieles a esta tradición, los sacerdotes continuamos celebrando la Cena del Señor, que es memorial o actualización del Sacrificio de Cristo y lo hace presente sacramentalmente en medio de la comunidad. Por eso son tan significativas las palabras de san Pablo, quien nos recuerda que los fieles “cada vez que comen de este pan y beben de esta copa, anuncian la muerte del Señor hasta que vuelva”.

 

La participación en la Eucaristía dominical es un elemento central de nuestra vida de fe. La relación con el Dios que nos ha sido revelado por Jesucristo necesita ser vivida dentro de una comunidad que se reúne para alabar a Dios, agradecer sus beneficios, nutrirse de su Palabra anunciada por la Iglesia y compartir el Pan de vida. El Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía es “cumbre y fuente de la vida cristiana”.

 

Para ser coherentes con esta centralidad dela Eucaristía, hay que preparar cuidadosamente la celebración: los cantos, las lecturas, la homilía, la oración de los fieles. Es una grave irresponsabilidad que, por falta de una adecuada preparación, los cantos sean desafinados, las lecturas sean proclamadas por lectores incompetentes y la homilía sea desgreñada e incoherente.

 

La vida espiritual de los sacerdotes debe estar anclada en el misterio eucarístico. Lo peor que nos puede pasar es caer en la rutina y que dejemos de sorprendernos ante el regalo infinito que el Señor nos ha hecho de poder pronunciar las palabras de la consagración: “Esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. Son las mismas palabras y los gestos del Señor en la Última Cena.

 

La celebración eucarística no termina con la bendición que sirve de conclusión al rito. La Eucaristía debe continuar a lo largo de la semana y acompañarnos en todas nuestras actividades.

 

Para concluir esta meditación en la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, queremos destacar tres puntos:

  • La importancia de una adecuada preparación para la Primera Comunión, de manera que la atención de los niños no quede atrapada por la fiesta y los regalos que recibirán, sino que comprendan la importancia de la invitación que el Señor les hace.
  • La responsabilidad delos padres de familia como educadores de la fe y primeros evangelizadores. Sin su testimonio es imposible que la semilla de la fe crezca vigorosamente.
  • El cuidado que deben tener los sacerdotes en la preparación y celebración de la Eucaristía, la cual debe llevarse a cabo con un profundo sentido pedagógico que conecte el mensaje del sacerdote con las particularidades culturales de la asamblea litúrgica.

 


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