¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro de los Proverbios 8, 22-31
  • Carta de san Pablo a los Romanos 5, 1-5
  • Juan 16, 12-15

Hoy celebra la liturgia la fiesta de la Santísima Trinidad. Nuestra vida como creyentes está marcada por la Trinidad: nos incorporamos a la comunidad eclesial cuando recibimos el agua bautismal “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”; hacemos la señal de la cruz al comenzar el día y cuando vamos a iniciar alguna actividad de especial importancia.

Nuestro lenguaje es incapaz de expresar la riqueza y profundidad de este misterio. Por eso la actitud espiritual para celebrar esta fiesta litúrgica es la adoración y la alabanza. Estos sentimientos están expresados en la antífona de entrada de la misa de hoy: “Benditos sean Dios Padre, y el unigénito Hijo de Dios, y el Espíritu Santo, porque han tenido misericordia de nosotros”.

 

El misterio trinitario es revelado por Jesucristo, quien nos dio a conocer su especialísima relación con el Padre y nos anunció el envío del Espíritu Santo para que acompañara a la Iglesia en su peregrinar a través de la historia.

 

La revelación del misterio trinitario es el punto de llegada de un largo proceso de auto-manifestación de Dios. Jesucristo, revelador del Padre, es el momento culmen. En esta fiesta de la Santísima Trinidad, los invito a explorar las lecturas de este domingo que nos ofrecen ricos tesoros teológicos.

 

El Salmo 8 nos sirve de composición de lugar, ya que nos ubica como seres humanos ante la inmensidad del universo y ante Dios, plenitud del ser y del amor:

  • Nos dice el Salmo 8: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;el ser humano, para darle poder?Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”.
  • En palabras sencillas, el salmista nos está comunicando verdades muy profundas. Frente a la inmensidad del cosmos, somos seres insignificantes. Por más riqueza que acumule una persona y por más influjo político que se alcance, somos menos que un grano de arena. Pero esa insignificancia se transforma por el amor infinito de Dios ya que nos hizo un poco menos que los ángeles. Aunque desde el punto de vista físico seamos insignificantes, desde la gracia tenemos un inmenso valor, pues participamos de la vida divina; Jesús nos dice que no nos llama siervos sino amigos. El Salmo 8 nos sirve de pórtico solemne para esta meditación que realizamos en la fiesta de la Trinidad.

Avancemos en nuestra meditación. ¿Qué elementos nos ofrece el libro de los Proverbios? Nos permite ir más allá del discurso que escuchamos de los investigadores. En sus publicaciones, los científicos explican el origen del universo a partir de una enorme concentración de energía y una formidable explosión, el Big Bang, que dio origen a este universo en expansión que estamos empezando a descubrir.

 

El punto de partida de las reflexiones científicas es la concentración de energía y la explosión que dio origen a las galaxias y demás cuerpos celestes. Sus reflexiones empiezan allí, pero evitan abordar el debate sobre el origen de esta realidad. ¿Cómo se produjo esta energía?

 

En la primera lectura de este domingo, tomada del libro de los Proverbios, encontramos un hermoso texto que no debe ser utilizado como un argumento científico sino como una reflexión sapiencial sobre la acción creadora de Dios. Leemos allí: “Esto dice de sí misma la sabiduría divina: El Señor hizo de mí la primicia de la creación antes de dar comienzo a sus primeras obras. En la aurora delos tiempos me formó, antes del origen de la tierra”. El autor sagrado no está hablando como un científico, pues esa no es su competencia, sino de la existencia eterna .de Dios y del principio de todo lo creado. Esta afirmación es rechazada por el positivismo científico, que rechaza toda referencia a un Dios creador del universo. Sólo acepta lo que puede ser observado y medido.

 

En su Carta los Romanos, san Pablo hace un profundo comentario sobre el rol de Jesucristo, Hijo eterno del Padre, que asumió nuestra condición humana: “Habiendo obtenido el perdón gracias a la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por Él hemos alcanzado, mediante la fe, el estado de gracia en que nos encontramos, y por Él, llenos de esperanza, nos congratulamos de poder tener parte en la gloria de Dios”. Pablo pone de manifiesto la reconciliación obrada por Jesucristo que nos permite participar de la vida divina.

 

Finalmente, el evangelista Juan recapitula unas palabras de Jesús en la Última Cena, de gran densidad teológica: habla del don del Espíritu Santo y de su acción en las mentes y corazones de los creyentes, así como de su relación especialísima con el Padre.

 

Es hora de terminar nuestra meditación dominical. El misterio de la Trinidad supera infinitamente nuestra capacidad de comprensión. Frente al misterio no hay lugar para las especulaciones intelectuales sino para la adoración silenciosa:

  • Reconozcámonos como seres insignificantes, transformados por la gracia divina.
  • Contemplemos extasiados la sabiduría de Dios presente en el universo, cuyos secretos apenas empezamos a explorar como si fuéramos niños curiosos.
  • Agradezcamos la reconciliación llevada a cabo por Jesucristo, quien murió para darnos la vida eterna.
  • Adoremos al Padre, Hijo y Espíritu Santo, que están presentes en lo más profundo de nuestro ser, a quienes podemos dirigirnos confiadamente, seguros de ser escuchados. Digamos con devoción: ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!

 


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