Una meditación sobre los Dones del Espíritu Santo

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
  • I Carta de san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
  • Juan 20, 19-23

Cincuenta días después de la Pascua, se celebra la fiesta de Pentecostés. Antes de su Ascensión a los cielos, el Señor les había prometido que les enviaría al Espíritu Santo para que acompañara a la Iglesia hasta el fin de los tiempos. En Pentecostés se cumple esta promesa, y los discípulos experimentan una profunda transformación, pues los tímidos e ignorantes pescadores se convierten en elocuentes testigos de la Resurrección, capaces de debatir con los doctores de la Ley.

En el relato de los Hechos de los Apóstoles, se da particular importancia al don de lenguas. Vayamos al texto: “Llenos de asombro y admiración decían: ¿No son galileos todos esos que están hablando? ¿Entonces por qué los oímos hablar cada uno en nuestra propia lengua?”

 

Esta sorpresa que manifiestan los judíos provenientes de otros países que se encontraban en Jerusalén para celebrar la Pascua, contiene un poderoso mensaje teológico sobre la universalidad de la Iglesia. El mandato de Jesucristo es anunciar la Buena Nueva a todas las naciones. Y esa apertura se empieza a vivir desde los inicios dela Iglesia.

 

Una persona del siglo XXI que lea este pasaje de los Hechos de los Apóstoles podrá pensar: el don de lenguas es algo muy especial concedido a los discípulos el día de Pentecostés, pero ¿qué me dice hoy este relato? Debemos procurar que el anuncio del Evangelio se lleve a cabo “según personas, tiempos y lugares”, como diría san Ignacio de Loyola, es decir,hay que tener en cuenta el contexto cultural.

 

Aunque el contenido de la Evangelización es el mismo a lo largo de los siglos, el lenguaje debe ser diferente dependiendo de los interlocutores que tengamos: una cosa es catequizar a unos pescadores del Pacífico y otra muy diferente si se trata de unos estudiantes universitarios. Al final de estas conversaciones, todos ellos – pescadores y universitarios – deberían decir: ¿Por qué los oímos hablar cada uno en nuestra propia lengua?

 

Esto significa un enorme desafío para la Iglesia. Debemos conocer el contexto cultural de las comunidades a las que acompañamos y evangelizamos: su modo de comunicarse, sus valores, sus símbolos, su folclor, su manera de pensar sobre la familia, el rol de la mujer, la educación de los hijos, etc. En esto tenemos mucho que aprender del Papa Francisco, quien es maestro consumado en el arte de la comunicación; sus palabras son comprensibles y tocan el corazón de todos los que lo escuchan.

 

Después de estas consideraciones generales sobre la fiesta de Pentecostés, vayamos a la experiencia vivida por los discípulos del Señor, quienes recibieron los dones del Espíritu Santo.La predicación de la Iglesia nos enseña son 7 los dones que recibimos en el bautismo y que se van incrementando en nosotros mediante la participación en los sacramentos. Ellos son: Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.

 

El don de Sabiduría es la gracia que nos permite ver la realidad que nos rodea con los ojos de Dios. Esta mirada penetrante nos permite reconocer la presencia de Dios Creador en el canto del pájaro, en la belleza de la flor, en la sonrisa de un niño. Para el científico positivista, todo eso es simplemente una organización de átomos fruto del azar en millones de años de evolución. Para el creyente, la evolución no es un juego de azar, sino que hace parte del plan creador de Dios-amor.

 

El don de Inteligencia o Entendimiento nos es concedido para avanzar en la comprensión de las enseñanzas de Jesucristo. El alcance de este don se comprende al leer el relato de los discípulos de Emaús; ellos iban tristes y desanimados por lo que había sucedido en Jerusalén el Viernes Santo, cuando había sido crucificado su Maestro, y se habían derrumbado todas sus ilusiones. A través del diálogo sostenido con un caminante desconocido, que después resultó ser el Señor resucitado, sus mentes se abrieron y en su corazón volvió a renacer la esperanza. A través de esta conversación, comprendieron el sentido de los últimos acontecimientos. El don de Inteligencia o Entendimiento nos permite comprender la lógica salvífica de los acontecimientos, que es diferente de la lógica humana que se mueve entre los polos del éxito y fracaso.

 

La experiencia nos muestra que antes de tomar una decisión importante, es prudente escuchar el consejo de personas experimentadas que seguramente aportarán elementos muy útiles para tomar una decisión acertada. Pues bien, el don de Consejo es una gracia que nos permite avanzar en fidelidad a los mandatos y enseñanzas del Señor. Es importante favorecer un clima de oración y de silencio interior para escudar la voz del Espíritu en nosotros. En la tradición espiritual de los jesuitas, hablamos del discernimiento como esta sensibilidad espiritual para leer las mociones del Espíritu en nuestro interior.

 

El don de Fortaleza es el que nos sostiene en los momentos difíciles. Pensemos, por ejemplo, en el heroísmo de aquellas personas que dan testimonio de su fe en medio de condiciones de persecución o desprecio de los valores religiosos; admiremos la fortaleza que necesitan tantos padres y madres de familia, asfixiados por la estrechez económica, que son tentados por la ilegalidad para obtener recursos económicos. Se necesita una voluntad de acero para no sucumbir.

 

El don de Ciencia nos ayuda a percibir la grandeza de Dios a través de la creación y nos enseña a custodiar este regalo para beneficio de todos. Nos ayuda a asumir nuestras responsabilidades como administradores dela casa común con una motivación que va más allá de lo puramente ecológico y que se alimenta de la mística expresada por san Francisco de Asís en su Himno a las creaturas.

 

El don de Piedad genera en nosotros un sentimiento de intimidad con Dios que nos permite hablarle con sencillez y humildad, como hijos que le abrimos el corazón a nuestro Padre común.

 

El don de Temor de Dios no debe asociarse con una visión terrorífica de la trascendencia, lo cual iría en contra de lo que Jesús nos ha revelado en la parábola del hijo pródigo. Este don nos da la luz interior que nos ayuda a tomar conciencia del abismo infinito entre Dios, siempre fiel a pesar de nuestras infidelidades. Este contraste no es para conducirnos a la desesperanza y al pesimismo, sino que es fuente de agradecimiento por el amor misericordioso de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, que dio su vida por nuestra salvación.

 

Vivamos con devoción esta fiesta de Pentecostés, que marca el comienzo de la acción evangelizadora de la Iglesia. Pidamos al Espíritu Santo que renueve a la Iglesia, tan golpeada y abatida en este momento y que nos regale sus 7 dones.


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