Un fracaso que se convierte en triunfo

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Hechos de los Apóstoles 10, 34ª. 37-43
  • Carta de san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
  • Juan 20, 1-9

El domingo anterior acompañamos a Jesús quien, como Mesías, tomaba posesión de su capital montado en un burrito, reconocido por la gente sencilla y por los niños. Los poderosos de Israel se sentían profundamente incómodos con Jesús, pues había puesto en evidencia su corrupción y la manipulación que hacían de la fe del pueblo para su beneficio

A partir de su entrada en Jerusalén, se desató la más aterradora tempestad de odio contra Él. En las celebraciones litúrgicas del Jueves y del Viernes Santo pudimos acompañar al Señor en los últimos acontecimientos de su vida, cargados todos ellos de profunda significación. Era el cumplimiento de la misión que le había confiado el Padre.

 

El Viernes Santo fuimos testigos del infinito dolor de María, al ver la brutalidad con que los enemigos de Jesús lo torturaron y lo clavaron en una cruz. María había sido testigo privilegiada del amor con que su Hijo había curado a los enfermos, consolado a quienes sufrían y defendido a los más vulnerables. ¿Por qué un ser tan bondadoso tenía que pasar por tanto sufrimiento? Bañada en lágrimas seguía repitiendo las palabras que pronunció cuando el anuncio del ángel: “Hágase en mí según tu palabra”.

 

Al ver al Señor crucificado y su corazón traspasado por la lanza del soldado, sus seguidores se dispersaron. Tenían miedo de la persecución que se iba a desatar contra los discípulos del Galileo. Sólo unos pocos permanecieron junto a María, bajaron su cuerpo de la cruz, prepararon el cadáver según las costumbres judías y lo sepultaron en un lugar cercano.

 

Cuando uno visita la Basílica del Santo Sepulcro, en la ciudad vieja de Jerusalén, se sorprende por lo cercanos que están el Gólgota y el sepulcro del Señor. La creatividad de los pintores nos había llevado a imaginar unos escenarios muy diferentes.

 

Después del Viernes Santo, todo es tristeza y desolación. Había fracasado un hermoso proyecto de solidaridad. Parecía que habían triunfado los intereses de los líderes religiosos y políticos, quienes habían logrado, finalmente, neutralizar al enemigo, expresión utilizada en la jerga militar. Esta es la lectura humana de la pasión y muerte del Señor. El estado de ánimo de los seguidores de Jesús es fielmente reflejado en el diálogo que sostuvieron los dos discípulos, que se dirigían al pueblo de Emaús.

 

En el plan de Dios, el Viernes Santo no ponía punto final a un hermoso sueño. Faltaba el capítulo más importante, el clímax: la resurrección de Jesús. Como lo anuncia el apóstol Pedro, “Dios lo resucitó al tercer día, y le concedió poder manifestarse, no a todo el pueblo, sino a testigos escogidos previamente por Dios”.

 

Las lecturas de este domingo nos hablan de la resurrección del Señor desde diversos ángulos:

  • El evangelista Juan nos describe la tumba vacía; los protagonistas de esta escena son María Magdalena, Simón Pedro y Juan.
  • Los Hechos de los Apóstoles nos transmiten un vigoroso discurso del apóstol Pedro, en el que da testimonio de su experiencia con Jesús resucitado.
  • En su Carta a los Colosenses, san Pablo explica el significado de la resurrección para los que han sido bautizados.

 

Empecemos por el relato del evangelista Juan. Es sorprendente cómo logra este evangelista reproducir, muchos años después, los detalles de esta escena. Esta fidelidad en la descripción nos permite colegir el impacto que tuvo al encontrar vacío el sepulcro en el que habían depositado al Señor. Con precisión recuerda cómo “se asomó y vio que los lienzos estaban en el suelo, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro y entró al sepulcro y vio los lienzos en el suelo, y también el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no junto con los lienzos en el suelo, sino enrollado y colocado en un lugar aparte”.

 

El apóstol Juan tuvo una profunda experiencia interior que desconocemos pero que podemos intuir en medio de la sobriedad de su testimonio: “Al ver aquello, creyó. Pues ellos todavía no entendían lo que dice la Escritura: que Él debía resucitar de entre los muertos”.

 

Pasemos ahora al relato de los Hechos de los Apóstoles. Allí encontramos un resumen muy interesante de una catequesis del apóstol Pedro. Lo valioso de este texto es que contiene la síntesis de la predicación de la Iglesia Apostólica. Alrededor de este anuncio sobre la persona y el mensaje de Jesús se fueron construyendo las primeras comunidades cristianas. Dos mil años después nos siguen impactando las palabras de Pedro, quien nos narra su experiencia directa con el Señor resucitado: “Dios lo resucitó al tercer día y le concedió poder manifestarse, no a todo el pueblo, sino a testigos escogidos previamente por Dios: a nosotros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos”.

 

Finalmente, hagamos un breve comentario sobre las palabras del apóstol Pablo en su Carta a los Colosenses. Pone de manifiesto cómo la resurrección del Señor también es nuestra propia resurrección. Gracias a las aguas del bautismo, participamos de la Pascua del Señor, lo cual significa para nosotros nacer a una vida nueva. Se transforman nuestro ser y nuestro actuar. “Ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios”.

 

La fiesta que hoy celebramos, la Resurrección del Señor, le da pleno sentido a la acción evangelizadora de Jesús. “Si Cristo no ha resucitado.  vana es nuestra fe”. Cristo resucitado abre un nuevo y luminoso capítulo de la relación entre Dios y la humanidad. Podemos afirmar que se trata de una nueva creación. Gracias a la muerte y resurrección del Señor, participamos de la vida divina. Esto implica una resignificación total del sentido de la vida y de la muerte. En medio de las incertidumbres propias de nuestra condición humana, al final del camino nos espera la certeza del señor resucitado.


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