Descubramos las teofanías o manifestaciones de Dios en nuestra historia

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Génesis 15, 5-1. 17-18
  • Carta de san Pablo a los Filipenses 3, 17—4, 1
  • Lucas 9, 28b-36

Aquellas personas que han afinado sus sentidos interiores, pueden escuchar la voz de Dios y contemplar su obra creadora en medio del bullicio diario. Dios se nos manifiesta de muchas maneras: en la inmensidad del universo, en la belleza de una orquídea, en la sonrisa de un niño, en el abrazo amoroso de los abuelos.

Si releemos con atención nuestra historia personal, podremos identificar momentos muy intensos en los cuales hemos sentido la presencia de Dios y hemos sido interpelados por Él.

 

Estas sencillas referencias nos ayudan a entender que Dios se manifiesta por muy diversos caminos, y lo hace a la humanidad y a cada individuo. Cuando leemos la Biblia encontramos unos relatos sobre manifestaciones muy solemnes de Dios, las cuales se llaman teofanías, palabra de origen griego que significa precisamente eso: manifestación de Dios. Recordemos escenas bíblicas tan llenas de significado como la promulgación de los Diez Mandamientos en el monte Sinaí; el bautismo de Jesús en el río Jordán; la Transfiguración en el monte Tabor, cuya descripción acabamos de escuchar; Pentecostés. Los elementos visuales y auditivos que aparecen en estos relatos nos ponen de manifiesto la enorme significación de ese momento y el mensaje que se comunica.

 

 

Después de estas observaciones generales, podemos entrar en el contenido de los textos. Las lecturas de este II domingo de Cuaresma nos relatan dos teofanías:

  • El libro del Génesis narra la manifestación de Dios a Abrahán, con quien establece una Alianza.
  • El relato del evangelista Lucas nos permite conocer la Transfiguración del Señor y el solemne mensaje sobre la identidad y misión de Jesús: “Este es mi Hijo, mi elegido. Escúchenlo a Él”.

 

La meditación de estos dos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento son una invitación a tomar conciencia, por medio de la oración, acerca de las manifestaciones de Dios en nuestra historia de vida.

 

Empecemos por la escena del libro del Génesis, donde asistimos al diálogo de Yahvé con Abrahán, un pastor nómada en un rincón desconocido del oriente. Esta escena nos sorprende por su espontaneidad; parece el encuentro de dos viejos amigos. Detengámonos y dejémonos sorprender por ella porque se trata de un diálogo inimaginable entre el Creador y una de sus creaturas, entre la Sabiduría infinita y un analfabeta pastor de cabras y camellos. La escena misma es una elocuente lección sobre el modo de orar; no hay que buscar fórmulas preconcebidas; dejemos hablar al corazón; expresemos con espontaneidad lo que pasa por nuestra mente y corazón; y sepamos escuchar lo que nos susurra el Espíritu.

 

¿Cuál es el mensaje central de esta solemne teofanía que vive Abrahán, nuestro padre en la fe?

  • Yahvé se auto-manifiesta como un Dios personal, trascendente y único, que se hace presente en la historia: “Yo soy el Señor; yo te saqué de Ur de los Caldeos”
  • Quiere establecer una relación privilegiada con Abrahán y sus descendientes y hace una promesa: “Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia (…) A tus descendientes les doy esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río Éufrates”

 

En este encuentro que es, simultáneamente, solemnísimo e íntimo, se manifiesta un rasgo muy particular de la personalidad de Abrahán quien, a lo largo de sus muchos años, se había convertido en un pastor desconfiado; por eso se atreve a preguntar a Yahvé: “¿Cómo puedo estar seguro de que será propiedad mía?”.

 

Vayamos ahora a la segunda teofanía o solemnísima manifestación de la gloria de Dios. El escenario es la cumbre del monte Tabor. Es interesante recordar que, dentro delas tradiciones religiosas de muchos pueblos, las cimas de las montañas son lugares que se asocian con la divinidad y son especialmente aptos para la oración y ofrecer los sacrificios. Jesús se dirige a la montaña para orar y lo acompañan sus más cercanos colaboradores: Pedro, Juan y Santiago.

 

El lenguaje en el que está escrito este relato recoge los elementos tradicionales utilizados en la Biblia para describir momentos semejantes en los que se manifiestan la gloria y el poder de Dios: luz resplandeciente, nubes, una voz que comunica un mensaje.

 

La presencia de Moisés y Elías junto a Jesús es de un significado riquísimo; ellos eran dos importantísimos protagonistas de la historia de Israel y simbolizaban la Ley y los Profetas. Su presencia junto a Jesús significa el paso de la Antigua a la Nueva Alianza. Ya no habrá más mensajeros o intermediarios; la Palabra eterna del Padre se ha encarnado en Jesús. “Éste es mi Hijo, mi elegido. Escúchenlo a Él”.

 

Estamos ante dos relatos de teofanías: Yahvé que se manifiesta a Abrahán y establece una Alianza con Él, y es el punto de partida de la auto-manifestación de Dios consignada en la Biblia; la gloria del Padre que se manifiesta en la cumbre de un monte y allí se confirma la identidad y la misión de Jesús como revelador del Padre, teniendo como testigos a tres de sus discípulos.

 

Los invito a aprovechar el tiempo de Cuaresma para hacer una revisión de nuestras vidas, asumiendo con paz todo lo que hemos vivido con sus luces y sombras, e identificando la presencia de la Providencia divina, tanto en la rutina cotidiana como en acontecimientos particularmente intensos como el nacimiento de un hijo o la pérdida de un ser querido.

 

No leamos nuestra historia como hechos aislados fruto de la casualidad, sino como una historia de salvación en la cual hemos tenido teofanías o manifestaciones del amor de Aquel que nos comunica su vida divina. A ese Dios que nos manifiesta su amor y nos invita a su intimidad podemos decir SÍ o decir NO. Tomemos una decisión.


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