El primer milagro de Jesús

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Profeta Isaías 62, 1-5
  • I Carta de san Pablo a los Corintios 12, 4-11
  • Juan 2, 1-11

Han concluido las festividades navideñas y las actividades recuperan su ritmo normal. Asumimos los retos de este nuevo año con optimismo. Si cada uno de nosotros cumple con sus responsabilidades, podremos avanzar hacia un futuro mejor.

La liturgia también refleja este tránsito a la normalidad. Estamos en el II domingo del Tiempo Ordinario. Los textos de estos primeros domingos nos describen las primeras actividades que realiza Jesús en su ministerio apostólico. Tratemos de reconstruir con nuestra imaginación lo que sucedió durante los primeros meses de la vida pública de Jesús.

 

Como nos lo sugiere la tradición, Jesús inicia su vida pública hacia los treinta años. Hasta ese momento, el escenario de sus actividades había sido su pueblo y su familia; allí ayudaba a José en el taller que éste tenía. En su pueblo, Jesús se destacaba por su madurez, por la amabilidad en sus relaciones sociales, por la seriedad con que realizaba sus tareas y por el cumplimiento de la Ley. Podemos imaginar la sorpresa de sus familiares y vecinos cuando este joven, al que habían visto crecer, empieza a interpretar las Escrituras, a hablar como nadie lo había hecho y a curar las enfermedades. Su lenguaje era de una dulzura infinita y su palabra llenaba de fe, esperanza y amor. Todos lo habían conocido como el hijo de José y María. No sabían cómo interpretar lo que estaban viendo…

 

Las lecturas de estos primeros domingos del Tiempo Ordinario nos presentan las catequesis iniciales de Jesús y los prodigios que realizaba para devolver la salud física y espiritual de las personas necesitadas que se acercaban a Él. Así como sus contemporáneos se sorprendieron ante las palabras y hechos que estaban viendo, también nosotros dejémonos sorprender por Jesús. Permitamos que estas primeras enseñanzas y sus intervenciones para remediar las necesidades humanas nos interpelen. Así como sus contemporáneos fueron descubriendo, poco a poco, la persona de Jesús y su mensaje, también nosotros avancemos por este camino de su conocimiento.

 

El evangelista Juan, autor del relato que acabamos de escuchar sobre las Bodas de Caná, nos dice que “esta fue la primera obra reveladora de Jesús”. Es importante destacar que el primer milagro con el que inaugura su ministerio apostólico se lleva a cabo en el marco de la celebración de una boda.

 

La presencia de Jesús, en compañía de su madre, en esta celebración es un poderoso mensaje sobre la santidad del matrimonio y la importancia de esta institución en la vida de la sociedad. El matrimonio es el santuario del amor y de la vida. Una boda no es un acontecimiento privado que solo atañe a los directamente implicados. La solidez de una familia es un motivo de alegría para toda la sociedad; su fracaso es motivo de dolor, particularmente por lo que esto significa para los hijos.

 

La presencia de Jesús en las Bodas de Caná es una invitación para profundizar en la importancia de la familia. Tenemos que reconocer que las relaciones de pareja se han trivializado y las uniones se hacen y deshacen con una enorme facilidad. ¿Qué está sucediendo? Ciertamente, la historia de cada pareja es única. Sin embargo, es posible identificar algunos comunes denominadores de los fracasos matrimoniales: la inmadurez afectiva que hace que no estén preparados para la vida en común; la dificultad de asumir compromisos de largo aliento y la decidida voluntad de querer superar los obstáculos que se presenten; y la ausencia de un proyecto común que integre los intereses particulares de cada uno.

 

Tiene un profundo significado teológico la presencia de María en esta primera aparición pública de Jesús. Ella, que es protagonista principalísima de la historia de salvación, está junto a su Hijo. Su sensibilidad femenina le permite darse cuenta de que algo no estaba funcionando en aquella fiesta. El problema era muy serio: ¡se había acabado el vino! Podemos imaginar la angustia de los anfitriones, que eran amigos de la familia de José y María.

 

María actúa con rapidez y discreción. Conoce perfectamente a su Hijo y sabe que no necesita largos discursos para comunicarse. Se contenta con exponer la situación: “No tienen vino”. Y no se desanima ante el comentario un poco descolgador de Jesús: “Déjame, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. Enseguida se dirige a los meseros y les dice: “Hagan lo que Él les diga”.

 

Este primer prodigio de Jesús es un hermoso mensaje sobre la santidad del amor humano y la importancia de la familia. Igualmente, es una motivación para cultivar la devoción a María; como mujer, conoce las necesidades del corazón humano, y como madre de Jesús intercede por nosotros.

 

Además de este inspirador relato de las Bodas de Caná, la liturgia de este domingo nos presenta unas reflexiones muy interesantes del apóstol Pablo sobre la diversidad de carismas, ministerios y actividades dentro de la Iglesia.

 

El Espíritu Santo actúa de muchas maneras dentro de la comunidad eclesial. A cada uno de nosotros nos va orientando para servir, dentro de nuestras posibilidades, al fortalecimiento de la Iglesia y la consolidación del tejido social. Esto nos lleva a reconocer que hay muchas maneras de servir al Señor y que no existe un modelo único de santidad. El reconocimiento de la diversidad va acompañado de una valoración de estos carismas: todos contribuyen a la consolidación de la comunidad eclesial. Por eso no cabe hablar de carismas más importante y otros menos importantes. A través de todos ellos se manifiesta el Espíritu Santo. Las comparaciones son fruto de la vanidad personal y de la ambición de poder.

 

Ahora bien, esta diversidad de carismas, ministerios y actividades no puede conducir a una fragmentación de la vida de la Iglesia sino al fortalecimiento de la unidad y comunión. Lo expresa elocuentemente el apóstol Pablo: “Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero un solo Dios que lo realiza todo en todos. Y las diversas manifestaciones de la acción del Espíritu en cada uno se dan para el bien de todos”. Por eso hay que ver con profunda sospecha cuando alguien, en nombre de la diversidad de carismas, atenta contra la unidad, y pretende imponer su propia agenda. Así no actúa el Espíritu Santo.

 

Jesús inaugura su vida pública con este milagro de las Bodas de Caná, en el cual María desempeña un papel decisivo como intercesora. Es un importante mensaje sobre la santidad de la familia. Igualmente, el apóstol Pablo nos pone de manifiesto la multiforme acción del Espíritu Santo para la construcción de la comunidad eclesial.

 


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