Un mensaje de alegría para una sociedad neurótica

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro de Sofonías 3, 14-18
  • Carta de san Pablo a los Filipenses 4, 4-7
  • Lucas 3, 10-18

La liturgia de este domingo transmite un vibrante mensaje de alegría. Cada uno de los textos desarrolla una motivación particular para este llamado. Es muy pertinente meditar sobre los fundamentos teológicos de la alegría en este día, 16 de diciembre, cuando empezamos la Novena de Navidad que, con diversos nombres, constituye una hermosa costumbre muy extendida en América Latina: Del 16 al 24 de diciembre, las familias y los amigos nos reunimos alrededor del pesebre para orar, cantar villancicos y comer deliciosos platos propios de esta época. Es un ambiente festivo en el que se fortalecen las relaciones interpersonales. Estas lecturas de hoy nos ofrecen la fundamentación teológica de la alegría de la Navidad. Vayamos explorando cada uno de estos textos.

Empecemos por el libro de Sofonías, quien fue un profeta que predicó en Israel hacia la mitad del siglo VII AC. El profeta exhorta a la comunidad: “Canta, Hija de Sion, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén”.

 

¿En qué se fundamenta el profeta para hacer este llamado a la alegría?  El motivo teológico es hermoso y profundo: “El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; Él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.

 

Dejemos que estas palabras de Sofonías resuenen en nuestro interior; también a nosotros nos dice: “El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti”. En la Navidad celebramos que el Hijo eterno del Padre se ha hecho como uno de nosotros. Está en medio de nosotros; nos sigue acompañando con sus parábolas; nos comunica la vida divina a través de los sacramentos de la Iglesia. ¿Acaso no nos parece suficientemente fuerte este motivo para estar alegres y vivir en paz?

 

En el Salmo responsorial se refuerza este mensaje: “El Señor es mi Dios y salvador, con Él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación”.

 

Ciertamente, múltiples incertidumbres nos acompañan a lo largo de la vida; son motivo de preocupación la salud, la familia, el trabajo, la estabilidad económica, etc. La lista sería de nunca acabar… Ahora bien, una cosa es afrontar estas incertidumbres con la certeza de que el Señor camina junto a nosotros, y otra cosa muy distinta es hacerles frente sintiendo que caminamos solitarios en medio de la oscuridad. Por eso la fe nos ilumina el sendero y sabemos que estamos protegidos por el amor providente de Dios.

 

En su Carta a los Filipenses, san Pablo invita a los miembros de esta comunidad a vivir con alegría: “Hermanos míos: Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡Alégrense!”. ¿Cómo justifica Pablo su exhortación a la alegría? El motivo central es la cercanía del Señor. Meditemos sus palabras: “El Señor está cerca. No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.

 

¿Qué nos dice esta afirmación teológica sobre la cercanía de Dios? Dios no es un ser que vive en un planeta lejano. Lo encontramos en lo más profundo de nuestro ser. Lo encontramos en nuestros hermanos. En la naturaleza. En las Sagradas Escrituras. En la oración. En la participación eucarística.

 

Con alguna frecuencia, nos sentimos solos y nos quejamos porque Dios no nos escucha. El problema no es de Dios sino de nosotros. No lo descubrimos ni lo escuchamos porque estamos distraídos por muchos asuntos y descuidamos nuestra vida interior; no sacamos tiempo para reflexionar y para revisar el curso de nuestra vida. Recordemos las palabras de san Pablo: “Alégrense siempre. El Señor está cerca. No se inquieten por nada”.

 

Finalmente, exploremos el mensaje del Evangelio de san Lucas. Encontramos unas pistas muy interesantes en la predicación de Juan Bautista, quien recorría las orillas del río Jordán con un mensaje de preparación para la inminente llegada del Mesías. Ante la invitación que hacía el Bautista para prepararse, la gente le preguntaba. ¿Qué debemos hacer? Esta pregunta la siguen haciendo muchas personas de buena voluntad que desean vivir honestamente y contribuir al bien común, pero no saben por dónde comenzar.

 

La respuesta que da Juan Bautista es absolutamente práctica. No elabora discursos, sino que pone ejemplos conectados con la vida real:

“Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”

“No cobren más de lo establecido”.

“No extorsiones a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.

 

En pocas palabras, el mensaje de Juan Bautista consiste en expresar en hechos concretos de justicia y solidaridad nuestras convicciones más profundas. Es un llamado a conectar la fe y la vida diaria. Si nosotros acogemos este llamado a la justicia y la solidaridad, no sólo viviremos en un mundo más amable, sino que también nos sentiremos en paz y viviremos alegres.

 

Escuchemos, pues, con atención este llamado a la alegría que es transversal a la liturgia de este III domingo de Adviento. Alegría que tiene una sólida motivación teológica y que se nutre de justicia y solidaridad, es decir, la alegría y la felicidad se encuentran en el servicio a los demás.


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