Un Rey atípico

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro de Daniel 7, 13-14
  • Apocalipsis 1, 5-8
  • Juan 18, 33-37

Con la fiesta de Cristo Rey concluye el Año Litúrgico. ¿Qué significa esto? Domingo a domingo fuimos recorriendo los diversos momentos de la vida de Jesús, meditamos en sus parábolas que, paso a paso, nos fueron descubriendo el Reino de Dios, y nos dejamos interpelar por sus milagros:

  • El comienzo del Año Litúrgico es el Adviento o tiempo de preparación para celebrar el misterio gozoso de la Navidad. Los textos litúrgicos del Adviento crean un clima de expectativa (Ven, no tardes tanto) y preparación para acoger al Hijo eterno del Padre que se hace niño.
  • El punto de llegada o cierre del Año Litúrgico es la fiesta de hoy, cuando meditamos en el misterio de Jesucristo, Señor de la vida, constituido Rey del universo.

Es muy interesante comparar los dos momentos, el comienzo y el punto de llegada del Año Litúrgico. Al encarnarse y nacer en un establo, el Hijo eterno del Padre se despoja de los atributos de la divinidad. Y después de cumplir la misión redentora que le confió el Padre, Jesús es revestido de los atributos de la divinidad y constituido Rey del universo.

 

En el libro de Daniel y en el Apocalipsis encontramos dos descripciones de gran solemnidad, escritas en un lenguaje que es difícil de comprender por su simbolismo:

  • El texto de Daniel nos comunica la solemnidad del momento, y su relato se desarrolla en forma de una visión: “Vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todas los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían”.
  • El autor del libro del Apocalipsis nos describe una escena de una solemnidad que sobrecoge: “Miren, Él viene entre las nubes, y todos lo verán, aun aquellos que lo traspasaron. Todos los pueblos de la tierra harán duelo por su causa. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso”.

Esta celebración de Cristo, Rey del universo, tiene un problema básico para su adecuada comprensión. Las palabras Rey-Reino están asociadas a riqueza y boato. Apenas las escuchamos, nuestra imaginación se traslada al Parlamento inglés, cuando una anciana reina, recubierta de joyas esplendorosas, abre solemnemente las sesiones del Parlamento. Tenemos que hacer un esfuerzo para superar estas imágenes y así poder profundizar en el auténtico mensaje que nos transmite esta fiesta.

 

El trono de Jesús es la Cruz. Con su muerte llevó a cabo la misión redentora que le confió su Padre celestial. Al tercer día, su Padre lo resucitó de entre los muertos y lo constituyó como Rey y Señor. Si Jesucristo pasó de la muerte a la vida, si recorrió su pascua, también nosotros tenemos que hacerlo. Tenemos que ser como el grano de trigo que cae en tierra y muere para poder dar fruto…

 

En el lenguaje propio de las Cortes de los siglos anteriores, se hablaba de los favoritos; se trataba de personajes que estaban muy cerca del corazón de los monarcas, y esa cercanía les daba inmenso poder y riqueza. Y cuando esos amores se marchitaban, lo perdían todo. En este Reino tan atípico que instaura Jesús, cuyo trono es la Cruz, ¿quiénes son los favoritos? Están claramente identificados en los relatos evangélicos: los niños, los vulnerables, las viudas, los pecadores, los samaritanos, los excluidos por la sociedad. Como podemos verlo, se trata de una Corte muy singular.

 

Cristo Rey no pretende seducirnos, como lo hacen los poderosos de este mundo, con halagüeñas promesas de poder y riqueza. Nos invita a cargar nuestra propia cruz y seguirlo. Y el programa de su Reino es el Sermón de las Bienaventuranzas.

 

El evangelista Juan nos permite conocer la conversación entre Jesús y el gobernador romano. Es un diálogo sobre el poder. El representante de Roma, la gran potencia militar y económica de la antigüedad, estaba acostumbrado a hablar de calzadas, acueductos y legiones. Por eso le es imposible comprender las palabras de Jesús: “Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. ¡Desconcierto total!

 

A lo largo de la historia de la Iglesia ha existido una tensión entre los pastores que se sienten atraídos por el poder y la riqueza, y aquellos pastores que son coherentes con los valores del Evangelio, y viven su ministerio en espíritu de servicio y sencillez, despojados de toda ambición.

 

Celebremos esta fiesta de Cristo Rey en el espíritu que nos propone el Papa Francisco: una Iglesia misionera en salida, que desea llegar a las periferias para anunciar el gozo del Evangelio.


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