Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.
Lecturas:
- Profeta Isaías 50, 5-9
- Carta del apóstol Santiago 2, 14-18
- Marcos 8, 27-35
El evangelista Marcos recapitula una conversación de Jesús con sus discípulos cuando se dirigían a Cesarea de Filipo. En este diálogo, hace dos preguntas que serán el tema de nuestra meditación dominical:
- “¿Quién dice la gente que soy yo?”
- “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Para poder ubicar el alcance de estas preguntas, hechas hace dos mil años y que conservan toda su fuerza, tengamos presente que sus más inmediatos seguidores llevaban un tiempo de formación; habían compartido con Jesús largas jornadas; habían escuchado sus catequesis; habían sido testigos de sus milagros; habían escuchado los comentarios de la gente.
Para sus contemporáneos, Jesús era una caja de sorpresas. No sabían qué pensar sobre él, su verdadera identidad y misión. Lo identificaban como el hijo de José y María, carpintero, radicado en Nazaret. Ahora bien, ese vecino hablaba como nadie lo había hecho, curaba a los enfermos, expulsaba a los demonios, resucitaba a los muertos y ordenaba a la tempestad que amainara. ¡Una auténtica caja de sorpresas!
Por eso Jesús, después de varios meses de cercanía, les pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. La respuesta que nos transmite el evangelista Marcos expresa la opinión pública: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”. Es una respuesta que resume los comentarios populares sobre Jesús.
El Maestro quiere ir al fondo del asunto. No queda satisfecho con estas generalidades. ¿Por qué su insistencia en obtener respuestas más precisas? Porque muchas veces evitamos expresar nuestra opinión personal respecto a un complejo asunto y nos escudamos en respuestas genéricas e impersonales: “Se dice, la gente opina que…”Jesús no se contenta con una respuesta que recoge los comentarios callejeros. Por eso confronta al círculo de sus inmediatos seguidores: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Es una pregunta que no acepta respuestas vagas y cierra cualquier puerta de escape. Entonces Pedro, el líder del grupo, asume la vocería y responde: “Tú eres el Mesías”.
Lo que viene después de esta confesión de Pedro es interesantísimo. Jesús toma la palabra para hacer unas precisiones muy importantes. No quiere que la adhesión de sus discípulos esté motivada por una ilusión que se alimenta de aspiraciones de poder. Por eso hace una cruda descripción de lo que le espera. Leemos en el evangelista Marcos: “Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día”.
Estas crudas palabras de Jesús, pronunciadas delante de un grupo de entusiastas seguidores, cayó como un balde de agua fría. Por eso Pedro reacciona y trata de disuadirlo de su proyecto redentor, lo cual le merece una fuerte reprimenda de Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Esta explicación de Jesús no se reduce a exponer la suerte que le espera a Él, sino que presenta lo que espera a sus discípulos: “El que quiera ven ir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”.
La reflexión que hace Jesús sobre los alcances del seguimiento se enriquece con dos textos bíblicos que hemos escuchado en la proclamación de la Palabra:
- El texto del profeta Isaías trae a colación la imagen del siervo de Yahvé, que traza los rasgos del que salvará al pueblo de Israel, no por el camino del poder y la gloria, sino a través del sufrimiento: “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que tiraban de la barba. No aparté mi rostro a los insultos y salivazos”.
- En su Carta, el apóstol Santiago enseña que la fe no es un discurso teórico, sino que se expresa en hechos concretos de solidaridad y misericordia: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?”
Los invito a avanzar en nuestra meditación dominical y apropiarnos de las palabras de Jesús a sus discípulos: “¿Qué dice la gente que soy yo?”, “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Como hecho sociológico, podemos afirmar que estamos rodeados por un mar de indiferencia. La gente muestra gran interés por las figuras del deporte o por los divos del entretenimiento,pero sabe muy poco sobre los asuntos religiosos.
Es doloroso constatar la pobre formación religiosa de muchas personas que estudiaron en colegios y universidades católicas. Muchos de estos egresados han alcanzado altos niveles de formación profesional, pero en asuntos religiosos quedaron congelados en la formación adquirida para la Primera Comunión. ¡Super desarrollados en el campo profesional pero subdesarrollados en lo religioso!
Hagamos nuestra la pregunta de Jesús: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Muchos bautizados tienen dificultad para captar la totalidad de la persona de Jesucristo, como el Hijo eterno del Padre que se encarnó por nosotros, y valoran rasgos parciales de su acción apostólica. Mencionemos algunos de estos tópicos que, aunque verdaderos, no expresan al Jesús total: el hombre sensible ante el dolor humano; el contestatario que enfrentó a los poderes dominantes de su época; el pedagogo que supo comunicar las verdades más profundas a través de relatos sencillos; el líder social.
Al finalizar esta meditación dominical, llegamos a la conclusión de que el gran desafío es avanzar en el conocimiento de la persona y del mensaje de Jesús. Ahora bien, no se trata de un conocimiento conceptual sino dela apropiación de su manera de pensar y actuar. Y esto lo lograremos a través de la meditación de los Evangelios y de la participación en los Sacramentos de la Iglesia.
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