Crisis existencial del profeta Elias

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • I Libro de los Reyes, 19, 4-8
  • Carta de san Pablo a los Efesios, 4, 30—5,2
  • Juan 6, 41-51

 

Este pasaje del I Libro de los Reyes nos narra el drama vivido por el profeta Elías, quien ha llegado al límite de sus fuerzas y ha perdido toda esperanza de vivir. Después de una agotadora caminada por el desierto, con hambre y sed, se sienta bajo un arbusto, y lo único que quiere es morir. Su oración de petición es impresionante: “Basta ya, Señor. Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres”.

Muchas personas que han leído este texto, se han identificado con él. Como Elías, se sienten agotadas por una larga caminada a través de su desierto personal. No ven en el horizonte un punto de llegada. Ahora bien, esta agotadora caminada por el desierto tiene muchos significados, dependiendo de las personas: una familia destruida, condiciones de vida inhumanas, violencia, adicciones, etc.  El dolor asume muchos rostros. Y llega un momento en el cual los seres humanos nos cansamos de luchar pues no hay esperanza. Después de esto, ¿qué se sigue? Unos se hunden en la apatía, perdiendo interés por el mundo circundante; otros se llenan de rabia; otros caen en la depresión que pueda conducir al suicidio. Es terrible cuando alguien pierde la motivación para vivir.

 

En esa situación se encuentra el profeta Elías. ¿Cómo se resuelve esta crisis existencial? Elías ha sido un israelita piadoso que ha seguido los caminos del Señor. Por eso Dios lo socorre en medio de su desesperación. El Salmo 33 que acabamos de recitar expresa esta experiencia de la presencia amorosa de Dios: “Confía en el Señor y saltarás de gusto¸jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias. Junto a aquellos que temen al Señor, el ángel del Señor acampa y los protege”.

 

Aunque Elías se siente perdido en medio del desierto, no está solo: “Un ángel del Señor se acercó a él, lo despertó y le dijo: levántate y come”. En la tradición judeo-cristiana, los ángeles son un símbolo de la presencia de Dios en nuestras vidas.

 

Cuando hemos vivido momentos difíciles, el Señor también nos ha enviado un ángel protector. Ese amor misericordioso de Dios se expresa a través del apoyo de nuestros padres, la mano tendida de los familiares y amigos. Gracias a esas ayudas, hemos podido salir de la caverna y regresar a la luz.

 

Dentro de este relato de Elías, con el que muchos se sienten identificados, hay un elemento simbólico de gran importancia, el pan, que le permitió recuperar las fuerzas y retomar el camino. Leemos en el I Libro de los Reyes: “Selevantó Elías. Comió y bebió. Y con la fuerza de este alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte Horeb, el monte de Dios”.

 

Así pues, el alimento juega un papel muy importante en este relato sobre la vida del profeta Elías. En el texto del evangelista Juan, que acabamos de escuchar, somos testigos de una discusión de Jesús con un grupo de judíos que se habían escandalizado por una afirmación del Maestro: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; y decían: ¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”

 

En el relato de Elías, el pan juega un papel definitivo para conservarlo con vida y poder seguir adelante. En el debate de Jesús con los judíos, el pan ocupa un lugar principalísimo, superando su sentido inmediato como fuente de vida biológica para abrirse a una dimensión trascendente insospechada: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que mundo tenga vida”.

 

La revelación judeo-cristiana y la liturgia de la Iglesia están llenas de símbolos; con esto queremos decir que realidades sencillas, que pertenecen a la vida diaria, pasan a significar realidades trascendentes y son lugar de encuentro con la gracia divina.

 

La eucaristía es el pan de vida que nos sostiene en nuestra peregrinación hacia la casa de nuestro Padre común. Como el profeta Elías, muchas veces nos sentimos sin fuerzas, con la esperanza muerta, no vemos futuro. Acudamos a la mesa del Señor; allí escucharemos la proclamación de la Palabra de Dios que nos ayudará a descubrir su voluntad, y podremos nutrirnos con el pan de vida y el cáliz de salvación. Si nos alejamos de la mesa eucarística, nuestra fe irá languideciendo, nos sentiremos confusos y ambiguos frente a la escala de valores y empezaremos a buscar la felicidad por senderos que solo conducen a la soledad, el vacío interior y la desesperanza.


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