Dejemos a un lado los cálculos egoístas

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • II Libro de los Reyes 4, 42-44
  • Carta de san Pablo a los Efesios 4, 1-6
  • Juan 6, 1-15

Cada año la revista Forbes publica una lista en la que aparecen las personas más ricas del mundo, cuyas fortunas sobrepasan los mil millones de dólares. En la última lista aparecen 2.208 billonarios que acumulan un porcentaje muy significativo de la riqueza mundial. En el último año, el patrimonio de esta élite aumentó el 18%.

Estas cifras astronómicas contrastan cruelmente con la pobreza de millones de seres humanos cuya vida diaria es una lucha por sobrevivir. Y entre los dos extremos, los billonarios y los más pobres, está la clase media sometida a fuertes presiones económicas, que se esfuerza por ofrecer a sus hijos calidad de vida y buena educación.

 

Estas profundas inequidades económicas deben someterse al cuestionamiento de las lecturas de este domingo, que nos relatan la multiplicación de los panes llevada a cabo por el profeta Eliseo y más tarde por Jesús. Estos dos relatos tienen hondas coincidencias teológicas. Los dos textos nos dicen que la generosidad en el compartir no empobrece, sino que multiplica; compartiendo con los hermanos crecemos en humanidad. Debemos dejar a un lado los cálculos egoístas.

 

La solidaridad internacional está seriamente amenazada. El actual Presidente de los Estados Unidos organizó su campaña a partir del slogan América first (Estados Unidos primero) y, al ponerlo en práctica, ha roto los acuerdos comerciales, construidos con tanto trabajo. Y se han desatado guerras comerciales en diferentes frentes. Dudamos que estas guerras afecten, en el corto plazo, a sus amigos billonarios. Como siempre, los perjudicados serán los pobres porque el alza de los aranceles significa precios más altos para los consumidores.

 

¿Qué nos llama la atención en el relato del profeta Eliseo? Recibe un regalo de veinte panes de cebada y grano tierno en espiga y, sin dudarlo un momento, da instrucciones para que los panes sean entregados a cien hombres que estaban necesitados de comida. Eliseo no hace cálculos; no se reserva una parte para él como un ahorro prudente; tampoco le preocupa la desproporción entre los recursos y la necesidad; veinte panes para cien hombres. Su certeza no proviene de la cantidad sino de la confianza que tiene en el Señor: “Dáselos a la gente para que coman, porque esto dice el Señor: Comerán todos y sobrará”. Esta multiplicación de los panes es una preparación de la que realizará Jesús, siglos después, en un contexto profundamente eucarístico.

 

El Salmo 144 proclama y agradece la generosidad sin límites de Dios: “A ti, Señor, sus ojos vuelven todos y Tú los alimentas a su tiempo. Abres, Señor, tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos”. Cuando contemplamos la naturaleza, quedamos sorprendidos por su inmensidad y variedad: el amor creador de Dios no tiene límites. El desorden lo introducimos los seres humanos que, en los últimos doscientos años, hemos desarrollado un modelo económico depredador, que está amenazando gravemente la vida sobre la tierra. No debería haber hambre en el mundo pues hay alimentos para todos. Pero hay hechos desestabilizadores como el desperdicio de alimentos (una tercera parte termina en los basureros), la especulación del mercado, la destrucción del medio ambiente, etc., que son la causa del hambre que padecen millones de seres humanos.

 

El relato del evangelista Juan sobre la multiplicación de los panes es de gran profundidad teológica. Las palabras y los gestos de Jesús pre-anuncian la institución de la Eucaristía. Vale la pena leer pausadamente el texto para saborearlo.

 

El evangelista dice que “lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando los enfermos”. Entre líneas, el evangelista sugiere las diversas motivaciones de estos seguidores: curiosidad, interés, auténtica devoción. Es interesante destacar que cada persona tiene su propia historia espiritual y puede contar cómo ha sido el camino de fe (o de increencia) que ha recorrido, a partir de experiencias positivas o negativas que sirvieron de detonante.

 

La profunda sensibilidad de su corazón lo lleva a asumir la tarea de alimentar a esa multitud de seguidores. ¿Cómo maneja Jesús esta situación? Como lo explica el evangelista Juan, “Él bien sabía lo que iba a hacer”; sin embargo, establece un diálogo con el apóstol Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?”. Felipe responde desde el sentido común: “Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan”.

 

Para Felipe, este escenario era motivo de angustia; para Jesús se trataba de un momento privilegiado en su anuncio del Reino.

 

Después de esta rápida conversación, el texto de Juan adquiere una particular solemnidad pues utiliza el lenguaje de la Última Cena: “Enseguida, tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer”. Este relato de la multiplicación de los panes tiene un profundo simbolismo eucarístico.

 

Volvamos a los números: el vendedor ambulante aportó cinco panes y dos pescados; comieron más de cinco mil personas; las sobras se recogieron en doce canastos. Estas cuentas son absurdas desde las matemáticas nuestras. Pero tienen un profundo significado teológico: compartir no nos empobrece; el amor multiplica. Entreguemos nuestro tiempo, nuestros conocimientos y experiencias a las personas necesitadas. Dejemos a un lado los cálculos egoístas.

¿Cuál es el efecto que produce este milagro del Señor? En primer lugar, resolvió una necesidad material; en segundo lugar, muchos de los presentes empezaron a abrirse al mensaje de Jesús: “Éste es, en verdad, el profeta que había de venir al mundo”.

 

Finalmente, Jesús da una lección de humildad y se retira a la montaña porque sabía que querían proclamarlo rey. Rechaza todo aquello que puede apartarlo de la misión que le había confiado el Padre celestial.

 

Como mensaje de este domingo, avancemos por el camino de la generosidad y la solidaridad, dejando a un lado los cálculos egoístas, No le pongamos límites al amor; compartamos lo que somos, tenemos y sabemos con nuestros hermanos.


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