No permitamos la manipulación del discurso religioso

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Éxodo 20, 1-17
  • I Carta de san Pablo a los Corintios 1, 22-25
  • Juan 2, 13-25

El tema religioso toca fibras muy hondas del ser humano y es motivo de apasionadas discusiones. Por eso debemos ser muy prudentes al plantearlo y conocer quiénes son los interlocutores que tenemos frente a nosotros

En todas las culturas han aparecido personajes que, conscientes del poder de la religión para movilizar a los individuos y a las multitudes, han acudido a este tipo de argumentos para promover una ideología o un proyecto político o ganar dinero. Los ejemplos abundan:

  • Los monarcas europeos de tiempo en tiempo azuzaban los sentimientos anti-judíos para así confiscar sus bienes y recuperar las exhaustas arcas reales.
  • Los Papas convocaron las Cruzadas para la reconquista de los Santos Lugares; abandonaron su rol de pastores para convertirse en caudillos militares.
  • Los líderes religiosos del Islam periódicamente han llamado a la guerra santa para realizar el sueño de un Califato.
  • Muchos predicadores cristianos manipulan las emociones de sus comunidades y aprovechan la exaltación para pedirles jugosas contribuciones.

Esta es la realidad que encontró Jesús en el templo de Jerusalén, que estaba invadido por todo tipo de comerciantes.

 

Teniendo en cuenta este contexto, quiero invitarlos a focalizar nuestra meditación dominical sobre este delicado asunto: ¿Qué debemos hacer para que el discurso religioso cristiano se conserve limpio de contaminaciones ideológicas, políticas y económicas?

 

La escena que nos presenta el libro del Éxodo nos sirve de punto de partida a nuestra meditación. Se trata de un momento particularmente solemne de la historia de Israel, cuando Moisés recibe las Tablas de la Ley, que enunciaban la hoja de ruta del pueblo elegido y modelarían los comportamientos de esta comunidad, de manera que fuera realidad la gran propuesta de la Alianza: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”. Esta escena reviste gran importancia porque proclama la identidad de Israel.

 

¿Qué pasó después de la promulgación de los Diez mandamientos en la cumbre del monte Sinaí? El proyecto original se desdibujó. Se dejaron seducir por las prácticas idolátricas de otros pueblos. Le dieron la espalda a la Alianza. Como era un pueblo de dura cerviz, no fueron suficientes las llamadas de atención de Yahvé a través de los profetas; ni siquiera la durísima experiencia del exilio de Babilonia les permitió aprender la lección. Jesús llegó al templo y encontró un espectáculo lamentable que desató su ira: “No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.

 

Lamentablemente, esta escena de los vendedores del templo, que provocó la ira de Jesús, se ha repetido en diversos momentos de la historia de la Iglesia. Uno de los episodios más dolorosos fue la venta de indulgencias con el fin de recaudar fondos para construir la Basílica de san Pedro, en Roma. Esta práctica escandalizó a Martín Lutero y produjo la ruptura de la Reforma protestante.

 

Avancemos en nuestra meditación dominical, que empezamos por una referencia al libro del Éxodo, donde aparece la carta de navegación del pueblo elegido. Carta de navegación que fue abandonada por las generaciones posteriores. Este desvío de la pureza original del discurso religioso de Israel tiene un episodio muy álgido en la escena de los vendedores del templo.

 

Frente a esta realidad dolorosa del desvío del sentido original de la religión, ¿qué hacer? La respuesta es simple: Regresemos a la pureza primigenia. Y para nosotros, los cristianos, la pureza original la encontramos en el texto de la I Carta a los Corintios, que acabamos de escuchar: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos”. ¿Qué consecuencias trae esta afirmación de Pablo?

  • No es misión de la Iglesia predicar cruzadas que aumenten el número de los bautizados. El anuncio del Evangelio se hace a través del ejemplo y no de la imposición.
  • La financiación de las instituciones de la Iglesia no debe utilizar estrategias que despierten sospechas de lucro. Hay que sensibilizar a las comunidades para que asuman las responsabilidades económicas en la obra evangelizadora.
  • Hay que evitar cualquier asomo de mercantilismo en la oferta de los servicios sacramentales.

El anuncio del Evangelio debe limpiarse de los innumerables elementos distractores que han contaminado a las homilías y catequesis, como son los análisis sociológicos, el proselitismo político, los proyectos filantrópicos. Debemos redescubrir la pureza original del anuncio que hacían los Apóstoles en la primera etapa de la historia de la Iglesia. Este anuncio está cuidadosamente documentado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ellos anunciaban a Cristo crucificado y resucitado, y lo hacían con la convicción de quienes habían sido testigos presenciales.

 

Como conclusión de esta meditación dominical, no permitamos la manipulación del discurso religioso. Hablemos de lo único importante, que es el Señor resucitado.


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