Que el misterio de la Navidad nos sorprenda siempre

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Profeta Isaías 40, 1-5. 9-11
  • II Carta de san Pedro 3, 8-14
  • Marcos 1, 1-8

Como lo dijimos el domingo anterior, el Adviento es tiempo de preparación para la venida del Señor. Los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento transmiten este mensaje. Ahora bien, cada domingo el llamado a la preparación tiene sus connotaciones particulares y aparecen personajes como el profeta Isaías, Juan Bautista, María, etc.

Este domingo, el profeta Isaías comunica su mensaje utilizando un lenguaje propio de la Ingeniería Civil: “Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane”.

 

Es obvio que el profeta Isaías no se propone llevar a cabo un costoso proyecto de infraestructura con el fin de crear unos escenarios para recibir al Mesías. Debemos interpretar sus palabras en un sentido figurado. Isaías nos invita a una transformación interior, de tal modo que nos preparemos espiritualmente para los acontecimientos que vendrán después.

 

No debemos quedarnos en lo puramente externo: encender las luces navideñas, preparar el pesebre y el árbol en compañía de los miembros de la familia. Todo eso está muy bien pero no es suficiente. Organicemos nuestro interior. El agitado ritmo de vida que llevamos ha podido ser causa de descuido de los valores realmente importantes como, por ejemplo, la relación con Dios, el tiempo que se comparte con la familia, la posibilidad de encontrarse con los amigos, la ayuda a los pobres, tener unas prácticas de vida saludable. Muchas veces, por atender los asuntos urgentes, descuidamos lo más importante, que es lo que da sentido a la vida.

 

Esta imagen tomada de la Ingeniería Civil (construir vías, allanar, rellenar, enderezar) es una invitación a hacer un alto en el camino. Aunque el ritmo de vida se hace más frenético en esta temporada decembrina, saquemos el tiempo para la interioridad.

 

El Salmo 84 tiene unas expresiones muy profundas sobre la espiritualidad propia del Adviento: “Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo. Está ya cerca nuestra redención, y la gloria del Señor habitará la tierra”. Ojalá esta referencia a la paz fuera tomada en serio por los pre-candidatos que recorren la geografía nacional tejiendo alianzas y comprometiendo votos. Necesitamos desintoxicar el debate político para que se enfoquen en propuestas que apunten a la reconciliación, a la reactivación de la economía y a la reforma de la justicia.

 

Como decíamos al comienzo de esta meditación, todos los textos del Adviento están alineados con el mensaje de preparación. ¿Qué aporte especial hace el apóstol Pedro en su II Carta? Nos habla de un cielo nuevo y de una tierra nueva: “Nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con Él, sin mancha ni reproche”.

 

Es muy importante hacer una lectura correcta del significado que tienen el cielo nuevo y la tierra nueva. No esperemos que esto suceda al final de los tiempos. Esta novedad ya ha comenzado. Por eso, el domingo anterior decíamos que el nacimiento de Jesucristo tiene la fuerza de una nueva creación. Nosotros, como miembros de la Iglesia, somos responsables de hacer viva y operante esta novedad en las relaciones familiares, en el ejercicio de nuestra profesión, en la primacía del bien común sobre los intereses individuales. Que nuestro modo de vida dé testimonio de un orden nuevo inaugurado por Jesús.

 

Llegamos, así, en nuestra meditación al relato del evangelista Marcos, que conecta el texto que había escrito el profeta Isaías, siglos atrás, con la llamativa figura de Juan Bautista. Con varios siglos de anticipación, Isaías había trazado su perfil con bastante precisión: “He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti a preparar tu camino. Voz del que   clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”.

 

La figura de Juan Bautista no pasaba desapercibida. Tanto su vestimenta como su estilo de vida se apartaban de los convencionalismos sociales. Su mensaje buscaba producir un cambio interior en quienes lo escuchaban. Predicaba un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. Juan, el Precursor, preparaba la venida del Mesías, invitando a una conversión interior; su lenguaje era una manera diferente de expresar el mismo mensaje del profeta Isaías con sus imágenes tomadas del mundo de la Ingeniería.

 

Llama la atención la humildad con que Juan Bautista asume su tarea. No quiere ser protagónico. Buscaba un bajo perfil. “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias”.

 

Que los preparativos delas fiestas navideñas no se queden en lo puramente externo, de naturaleza consumista. Sorprendámonos ante el misterio que tiene lugar ante nuestros ojos: el Hijo eterno del Padre se despoja de los atributos de su divinidad, y se hace presente en medio de nosotros como niño indefenso. Ese niño es lugar de encuentro entre Dios y el hombre, el cielo y la tierra. Una nueva creación tiene lugar.


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