Lecturas e interpretaciones del dolor

En medio del malestar que produce sentirse enfermo y limitado, me enviaron el siguiente texto de un autor que, cuando yo era joven estaba de moda, Michel Quoist, teólogo francés (1921-1997) de gran influjo en los jóvenes del siglo XX. Su virtud, manifestar en forma escrita aquello que uno quiere decir en momentos críticos:

"Una vez más estoy solo esta noche. Y al dejar de trabajar un instante, en el espacio libre del tiempo, se precipita el viento helado de la soledad…

 

No necesito palabras, al contrario, necesito silencio. No necesito caricias para mi cuerpo, estoy bien en mi cuerpo. Mi hambre es más profunda. Necesito una presencia, silenciosa amante y amada; conmigo.

Sé que tú estás aquí, Señor, pero lo sé con la cabeza y con la fe; no lo sé con mis ojos, con mis oídos, con mis dedos. ¿Qué puedo hacer con una presencia que para todo mi ser es ausencia?

 

¡Si tuviera un sexto sentido para "tocarte"! Señor, ¿Por qué te escondes?

 

Si, conozco la respuesta, pero para mi cabeza, y esta noche es mi corazón de carne el que te pregunta".

 

Una amiga que lleva más de dos años sufriendo me dice: “¿Cuánto más durará mi enfermedad? ¿Cuándo volveré a sentirme llena de su presencia, en carne viva, en mi yo real?

 

El dolor lo encierra a uno en uno mismo, no quiere saber nada de nadie y, todo lo que te digan, parece teoría. Son las paradojas existenciales. Uno quiere encontrarle sentido, su razón de ser. Aparecen diversas interpretaciones que a veces se sitúan en un nivel teórico.

 

En cuanto a los dolores físicos, hay lecturas variadas, por ejemplo, la del médico tradicional o naturista; lectura del psicólogo, cuando nos dice, "el cuerpo necesitaba de reposo” o el psiquiatra que afirma “el cuerpo grita lo que la boca calla”. La interpretación de quien te ama como una madre, quien desearía tener el dolor de su hijo, a cambio de que éste no sufriera, “la medicina cura, pero el amor sana”. La lectura del imprudente, que te augura un futuro incierto; del exagerado, o del brujo que afirma "tienes mal de ojo"; interpretaciones del filósofo oriental, quien distingue el dolor del sufrimiento, o del teólogo que contempla la realidad desde el balcón y le falta “callejear la fe”, como lo insinúa el Papa Francisco.

 

Al hacer mi lectura, en medio del dolor físico recordé las maldiciones del profeta Job, quien lanza sus juicios en el momento que se quedó sin NADA. La del mismo Jesús quien grita, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

 

En estas circunstancias aparece el “Dios del Silencio”, que se hace presente de múltiples maneras, como en aquellos ángeles que se visten de poetas y cantan diciendo, "Cuando el jilguero no quiere cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar, caminante no hay camino, se hace camino al andar. Golpe a golpe, verso a verso " (Machado-Serrat).

 

Al sentir el límite de nuestro ser finito, gracias al dolor, nos abrimos a aquella interpretación del Dios revelado en Jesús, quien fue aceptando el sentido de la cruz, no como finalidad sino como consecuencia de ser obediente a la voluntad de su Dios a quien llamó “Abba”, papacito, diferente al inventado por nosotros.

 

Jesús, al vivir en su entorno social, político y religioso, sintió la necesidad de hacer una lectura humana, más allá de la realizada por la religión de su tiempo, y se lanzó a cumplirla hasta las últimas consecuencias, aceptando una muerte violenta llena de dolor. Con el tiempo, llena de sentido.

 

Sin embargo, en los momentos más cruciales me identifico con estas afirmaciones, “Sé que tú estás aquí, Señor, pero lo sé con la cabeza y con la fe; no lo sé con mis ojos, con mis oídos, con mis dedos. Señor, ¿por qué te escondes? Esta noche es mi corazón de carne el que te pregunta".

 

Esta reflexión, como la anterior (El Silencio de Dios),son fruto del dolor, de las noches interminables, de los pensamientos apocalípticos que se me entrecruzan. En una palabra, del tocar y sentir la NADA del SER finito, para que se disponga a recibir el TODO DEL AMOR INFINITO. Con mucha razón Jesús le dijo a Pedro, que hay cosas que se las entenderán más tarde.

 

Gracias a Dios, nosotros como creyentes tenemos un punto de referencia. Aquel que dijo, "Soy Camino, soy Vida, soy Resurrección". Él hizo su camino al andar y nos dejó sus huellas con el fin de seguirlo en las buenas y en las malas.

 

Ahora comprendo un poco más, el camino de los místicos, que no son fanáticos, tan necesarios en nuestro mundo desbordado y desordenado.

 

"Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta" (Santa Teresa de Jesús).

 

"Tomad, Señor, y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra Voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta" (San Ignacio de Loyola).


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