Una inolvidable lección de confianza en el Señor

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • I Libro de los Reyes 19, 9ª. 11-13ª
  • Carta de san Pablo a los Romanos 9, 1-5
  • Mateo 14, 22-33

El proceso de formación de los apóstoles se va realizando a través de diversas experiencias: conversaciones íntimas con el Maestro, enseñanzas dirigidas a las multitudes, debates con los fariseos, milagros, tiempos dedicados a la oración, descanso compartido, etc. Serán tres años absolutamente únicos que irán transformando a este puñado de hombres simples en las columnas de lo que será la Iglesia

En el relato que acabamos de escuchar, el Maestro somete a sus discípulos a una experiencia extrema para calibrar cómo van madurando en la fe. Es como la mamá que permite que su pequeño hijo empiece a explorar el mundo que lo rodea y aprenda a resolver situaciones nuevas. El niño cree estar solo, pero en realidad no lo está, pues la discreta presencia protectora de la mamá está atenta para intervenir si fuera necesario. Es interesante leer este relato del Nuevo Testamento en clave pedagógica para comprender cómo el divino Maestro busca fortalecer la fe de sus discípulos en medio de las tribulaciones.

 

El evangelista Mateo nos describe el contexto: “Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a una barca y se dirigieran a la otra orilla. Esta descripción de Mateo no solo contiene la secuencia de unos hechos: primero ocurrió la multiplicación y después les pidió que subieran a la barca. No. Aquí encontramos una sabia intencionalidad formativa. El milagro de la multiplicación de los panes había causado admiración y euforia en todos aquellos que lo habían presenciado. Podemos imaginar los comentarios de todos los testigos.

 

El Maestro no quiere que sus discípulos se sientan protagonistas ni que un cierto triunfalismo distorsione el sentido del Reino que Él está anunciando. Para ello les prepara una experiencia pedagógica fuerte, que no olvidarán en sus vidas. Esta experiencia está constituida por cuatro elementos: 1° solos; 2° en aguas profundas; 3°oleaje muy fuerte; 4° oscuridad. Estos cuatro elementos hacen que desaparezca la euforia que acababan de vivir y se sientan absolutamente frágiles y necesitados de salvación. Los momentos de éxito refuerzan nuestro ego; en las crisis tomamos conciencia de nuestra fragilidad y nos acordamos de Dios. Allí comprendemos que la salvación no depende de nosotros, sino que es un don.

 

El pánico se apodera de ellos y obnubila su capacidad de juicio. El Señor se les ha acercado, pero son incapaces de reconocerlo; exclaman: “¡Es un fantasma! Y daban gritos de terror”. Es posible que alguna vez nos hayamos sentido gravemente amenazados y se haya bloqueado nuestra capacidad de ver y juzgar.

 

A continuación, Jesús pronuncia unas palabras que constituyen un poderoso mensaje, no solo para sus discípulos aterrorizados, sino para sus seguidores de todos los tiempos: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Dejemos que estas palabras resuenen en nuestro interior. No estamos solos. Aunque algunas veces nos hayamos sentido como los discípulos (solos; en aguas profundas; con olas violentas y en plena oscuridad), el buen Jesús es nuestro compañero de viaje que jamás nos abandona.

 

En medio de la situación tan tensa que viven, Pedro, el impulsivo del grupo, interviene. Sus compañeros ya estaban familiarizados con este tipo de reacciones: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Y se lanzó al agua, pero su fe no era lo suficientemente sólida; dudó y empezó a hundirse. Jesús le tendió la mano y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. Los discípulos jamás olvidarían esta experiencia de la tempestad.

 

En esta eucaristía dominical pidamos al Señor que fortalezca nuestra fe, pues nos sentimos terriblemente frágiles y solos; y hemos dudado como Pedro. En medio de la confusión que nos rodea, resuenan las palabras de Jesús: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.

 

Enriquezcamos esta lección sobre la fe, entendida como confianza absoluta en Él, con la experiencia de oración que vive el profeta Elías. Yahvé lo invita a salir de la cueva en que se refugiaba “porque el Señor va a pasar”. Este delicado texto del Antiguo Testamento utiliza unas imágenes tomadas de la naturaleza para decirnos que Dios se manifiesta a través de lo cotidiano, de las cosas sencillas, y que no debemos esperar acontecimientos prodigiosos, que no son los modos más usuales de comunicarse. El autor sagrado describe la acción de poderosas fuerzas de la naturaleza – viento huracanado, terremoto, fuego – pero en ninguno de estos fenómenos sobrecogedores estaba Dios. Y a continuación leemos: “Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva”. Allí sí estaba presente Dios.

 

Este delicado texto es una invitación a fomentar en nosotros una oración contemplativa, en la que sobran los razonamientos y las palabras. Es afinar nuestros sentidos interiores para escuchar el suave murmullo del Espíritu y leer las finas líneas de los signos de los tiempos. Es imposible escuchar y leer interiormente si nuestras vidas transcurren en un activismo desbordado lleno de ruidos y distracciones. Aunque vivamos muy ocupados, en nuestra agenda diaria debemos reservar unos espacios para dialogar reposadamente con Dios y contemplar los misterios de la redención.


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