Busquemos los valores superiores del espíritu

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • I Libro de los Reyes 3, 5-13
  • Carta de san Pablo a los Romanos 8, 28-30
  • Mateo 13, 44-52

En los textos bíblicos que la liturgia de este domingo propone a nuestra consideración, aparecen dos temas que nos llaman la atención: La petición del rey Salomón para alcanzar el don de la sabiduría “para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”; y las parábolas del Reino de los Cielos. Aunque a primera vista pareciera que se trata de dos temas diferentes, hay un factor común: es la supremacía de los valores del espíritu (la sabiduría y el Reino de los cielos) sobre otros valores e intereses que podrían seducir al ser humano.

Empecemos por el sueño que tiene el rey Salomón, a través del cual se le manifiesta Dios: “Salomón, pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. La respuesta del joven rey a la invitación que le hace el Señor se desarrolla en tres momentos: En primer lugar, Salomón expresa, con hermosas palabras, su profundo agradecimiento por la misericordia que Dios ha manifestado con David, su padre, y ahora con él; en segundo lugar, reconoce la precaria situación en que se encuentra para asumir las pesadas responsabilidades de liderar a su pueblo: “Yo no soy más que un muchacho y no sé cómo actuar”; en tercer lugar, formula una petición: “Te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”. Al Señor le agradó la petición de Salomón.

 

Esta escena bíblica contiene un poderoso mensaje para nuestros tiempos, cuando los valores materiales son la principal motivación del trabajo. En muchas ocasiones, el afán de lucro conduce a la violación de los principios de la justicia, a pasar por encima del bien común y a desarrollar modelos de negocio que destruyen el medio ambiente. Nada de esto importa. La acumulación de la riqueza es el valor supremo.

 

Frente a esta mentalidad materialista, ampliamente extendida en nuestra cultura, se nos presenta el ejemplo del joven rey Salomón, que opta por el valor superior de la sabiduría.

 

¿En qué consiste la sabiduría que pide el joven rey? Es la capacidad de comprender integralmente y sin sesgos las situaciones que vivimos, analizando los diversos factores que entran en juego y buscando qué nos quiere decir Dios en ese entramado de circunstancias. En el lenguaje de san Ignacio de Loyola, Salomón pide el discernimiento espiritual para buscar y hallar a Dios en todas las cosas.

 

Hay muchos factores que nos impiden una lectura profunda y objetiva de la realidad y que, en consecuencia, contaminan las decisiones que tomamos: la ignorancia, los prejuicios, las pasiones, la soberbia, los intereses particulares. El joven rey le pide al Señor la gracia de poder superar esas barreras para poder gobernar a su pueblo y distinguir entre el bien y el mal.

 

A imitación del joven rey Salomón, debemos pedir el don de la sabiduría para los dirigentes de los países, para los líderes religiosos, para los padres de familia y los educadores, y también para cada uno de nosotros. Si carecemos de esa sensibilidad especial que es la sabiduría, en el momento de decidir nos inclinaremos por aquellas opciones que gratifican los sentidos y nos proporcionan confort y bienestar, dejando a un lado los valores espirituales.

 

Pasemos ahora a las parábolas sobre el Reino de los Cielos. El domingo anterior meditamos sobre unos inspiradores textos del evangelista Mateo, en los que Jesús explicaba el sentido del Reino de los Cielos mediante imágenes tomadas del mundo campesino (la parábola del trigo y la cizaña, y de la semilla de mostaza) y de las tareas cotidianas (la levadura para hacer el pan). En este domingo continuaremos meditando sobre el Reino de los Cielos; ahora el Maestro utiliza dos imágenes cercanas al mundo de los negocios: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido y a una perla fina.

 

En estos breves textos, podemos identificar cuatro verbos: descubrir – valorar – vender/comprar:

 

  • Los dos personajes de las parábolas descubren algo. ¡Atención! Es imposible descubrir algo si me quedo en mi casa, con los brazos cruzados. Para descubrir hay que ponerse en movimiento: la mente, la afectividad, los cinco sentidos… Esto lo comprobamos de mil maneras en la vida diaria.
  • San Agustín tiene una frase de enorme profundidad, madurada desde su propia experiencia: “Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Esta búsqueda continua de la verdad es la que mueve, en último término, a los científicos, a los filósofos, a millones de seres humanos que se preguntan por el sentido de la vida. En este camino surgirán mil preguntas, perplejidades, dudas, cansancio… ¡No podemos desistir! Nos espera un tesoro escondido, una perla de gran valor.
  • Los dos personajes de las parábolas saben valorar lo que encuentran; lo que tienen delante de ellos es un tesoro, una perla fina. Vale la pena subrayar este rasgo del relato evangélico, pues muchas veces no hemos sabido valorar las oportunidades que se nos han ofrecido a lo largo de la vida, y esto nos ha pasado por apresurados o porque hemos juzgado por las apariencias. En el campo espiritual, ¡cuántas veces hemos sido incapaces de escuchar la voz del Espíritu que nos señalaba el camino correcto, pues estábamos distraídos por otros intereses!
  • Los dos personajes de las parábolas, conscientes del valor de lo que han encontrado, ponen todos los medios para adquirirlo. Actúan. Toman la decisión de vender y comprar; en los dos relatos leemos: “Va y vende cuanto tiene y compra”. En la vida hay que saber tomar decisiones. Y las decisiones implican renuncias. Si queremos optar decididamente por los valores espirituales, tenemos que renunciar a comportamientos que no son coherentes con los valores del Evangelio. En pocas palabras, optar por el Reino de los Cielos, es tomar decisiones para hacernos a ese tesoro escondido o esa perla fina, exige la conversión, el cambio de vida.

Que estos dos textos, la sabiduría que pide el rey Salomón y las dos parábolas del Reino, nos sacudan de nuestra mediocridad y nos abran los ojos a los valores superiores del espíritu.


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