La fiesta de "Corpus Christi"

Recuerdo que, a los ocho años, siendo estudiante en el Colegio San Francisco Javier, de Pasto, dirigido por los padres jesuitas, me llamaba la atención la forma como ellos celebraban “La Misa”. Así nació mi primer deseo de hacer lo mismo. Le pedí al Señor que me diera esa gracia y oh milagro, me lo concedió.

 

Los celebrantes eran muy puntuales, y eso le encantaba a mi padre, que era un hombre muy organizado en todo sentido. Además, “La Misa” tenía algo de misterioso: se desarrollaba toda en latín, no veíamos al sacerdote porque él celebraba dando la espalda a los fieles, y para no perdernos nada, todos lo seguíamos con un misal, en el que la celebración se leía en dos columnas, una en castellano y otra en latín. El reto era seguir el ritmo de quien presidía. Yo pertenecía al coro del colegio, cantábamos a cuatro voces y la solemnidad era impresionante.

 

Lo más importante era comulgar. Se nos insistía en la presencia real de Cristo en la Hostia. La Primera Comunión se convertía en el primer paso de acercamiento un poco más consciente al Señor. Para comulgar siempre debíamos confesarnos. Nos infundieron un respeto enorme a la Hostia Consagrada. La procesión de Corpus y del Sagrado Corazón, días festivos, manifestaban la religiosidad del pueblo.  Poco o nada nos enseñaron que nosotros éramos también hostias vivas, que vivir en comunidad era indispensable para salvarse, que el amor y el servicio a los más vulnerables era uno de los signos principales de Jesús. Nos reiteraban insistentemente en la importancia de la pureza sexual, pero muy poco en los compromisos sociales, y menos en la justicia como condición indispensable para que exista la paz entre los pueblos.

 

Por la gracia del Señor, después de 42 años de presidir la Eucaristía, centro de mi existencia, te participo, para tu reflexión, cómo trato de explicar didácticamente el regalo más significativo que nos dejó el Señor Jesús.

La mayoría de los noticieros, redes sociales y periódicos se volvieron prácticamente páginas rojas llenas de crímenes, escándalos, corrupción, confusión y mentiras.

 

A través de los medios de comunicación, entran por nuestros sentidos informaciones que carcomen nuestro espíritu y debilitan la esperanza. Son una apología del mal, escuelas de enseñanza en las cuales se está perdiendo el sentido de lo bueno, de lo bello y de lo hermoso. Pocas cosas nos descansan y alegran en la TV y la radio.

 

Sin embargo, ni todo es absolutamente negro, ni absolutamente blanco. Vivimos en una confusión tal, que “el trigo” de la vida y del amor se confunde con “la cizaña” del mal, simbolismos utilizados por el Maestro de Galilea. Él nos dijo que sólo al final de los tiempos se los podrá separar. De ahí la importancia del discernimiento continuo en un ambiente de oración con el fin de tomar decisiones libres.

 

En este escenario tan macabro hay buenas noticias. Para quienes no tienen fe, las ven como algo extraterrestre, mandado a recoger, asunto de unos pocos, o consuelo propio para los débiles o invención de quienes tienen miedo a la muerte como dicen algunos científicos y filósofos como Feuerbach, Freud, Marx, Nietzsche, Stephen Hawking, entre otros. Afortunadamente hay otros de igual altura que dicen lo contrario, entre ellos Einstein, Newton, Leonardo de Vinci, Rafael, Teilhard de Chardin, Pascal, Fleming...Cada uno habla de acuerdo a su experiencia ya que creer o no creer más que una idea es una experiencia en la cual se encuentra un sentido de vida.

 

Quienes fuimos formados en las creencias cristianas, Jesús de Nazareth, sigue siendo la Buena Noticia. Hizo afirmaciones que ningún ser humano ha pronunciado, como, “No tengas miedo, yo he vencido al mundo”, “Yo Soy la Resurrección y la Vida”, y las más atrevidas “Quien me ve a mí, ve al Padre” y “Quien como de este Pan y bebe de este Vino, no morirá para siempre”.

 

En la celebración eucarística, el pan y el vino, símbolo de nuestra finitud, adquieren un nuevo significado, se transforman en Sacramento, es decir, hacen transparente la presencia del Señor.  Son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, “Sacramento de nuestra fe”.

 

Más aún, en el momento de la consagración hay una afirmación que me estremece. Cuando extiendo mis manos pronuncio estas palabras: "Esto es MI CUERPO, que será entregado por vosotros. Esta es MI SANGRE, que será derramada por vosotros". Es decir, mi cuerpo y el cuerpo de la comunidad adquieren también un nuevo significado. Somos el Cuerpo de Cristo, somos su Sangre.Nos identificamos con el Señor que está en la Hostia y también en nosotros. Ésta es la realidad que celebramos hoy fiesta de “Corpus Christi”. Que misterio tan admirable.

 

Cuando nos prepararon para la Primera Comunión, nos insistían sólo en una presencia, la de Cristo en el Pan y en el Vino consagrados, sin ninguna referencia ni a nosotros ni a la comunidad. Poco nos enseñaron sobre la realidad de que nosotros también somos hostias vivas (Cf. San Pablo), y por ello tenemos la misma dignidad y merecemos el mismo respeto que Cristo Eucaristía. Somos sagrarios vivientes. No puede haber presencia real de Cristo sin comunidad y tampoco puede haber comunidad sin su presencia. Son dos realidades que se necesitan.

 

La Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Jesús y por ello exclamamos “Anunciamos tu muerte”, pero también “Proclamamos tu resurrección”. En Cristo todos estamos muriendo y a la vez estamos resucitando. En Él, nuestra esperanza.

 

Soy presbítero sólo por celebrar la Eucaristía. Aquí está el gran misterio, el regalo de Dios. Si deseas experimentarte como ser humano, te invito a acercarte al misterio Eucarístico con mucha humildad, con el corazón abierto. Se te abrirán los ojos y contemplarás los "milagros silenciosos", aquellos que no hacen ruido pero que transforman el corazón.

 

Por tanto, la fiesta del “Corpus Christi”, es la fiesta de nosotros como cuerpo de Cristo; es un reconocimiento (alabar) a Dios quien quiso a través de su Hijo, quedarse e identificarse con nosotros.

 

Si los seres humanos comprendiéramos un ápice de la revelación, de la dignidad de lo que es el ser humano, realmente nuestra vida sería distinta.

 

¿Será posible otra sociedad mejor que la nuestra? ¿Será posible otra Colombia? Quienes hemos sido bautizados y fomentamos el alimento espiritual del “Corpus Christi”, creemos que si... Este es nuestro aporte histórico, es nuestro reto, nuestra esperanza.


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