La cena del Señor

Con un saludo cariñoso te comento que, en algunas celebraciones que presido, explico didácticamente el rito comúnmente llamado “MISA”, palabra con poco significado para las nuevas generaciones.

 

“Misa” fue un vocablo en latín que decía el celebrante al terminar, "Ite missa, est" que significa, "Idos, la misa ha terminado". ¿Cuántas personas lo saben? ¿Qué impacto o compromiso puede despertar entre los asistentes? 

Con el tiempo la “Santa Misa” se ha convertido en un rito vacío, sin significado.  Todavía se escucha, “Vamos a oír Misa”; “No soy cristiano porque no voy a Misa”; otros dicen, “No he oído Misa”, como si aquello fuera un concierto de obligada asistencia que ahora quieren convertir en un show “para que se oiga y salga chévere”.  Las bandas musicales con danzas, utilizadas desproporcionalmente, ocultan el gran misterio de amor y entrega de Jesús.  El Papa Francisco nos insiste a los sacerdotes que celebremos de la manera posible.

Volviendo a la fuente del Nuevo Testamento, encontramos que los nombres originales fueron: "La Fracción del Pan", "Eucaristía", “Asamblea Santa”, "La Cena del Señor", afirmación que hace alusión a una cena convocada por el mismo Jesús antes de su pasión y muerte violenta.  Hecho que abrió un nuevo significado de la historia propio para aquellos que “saben ver bien con el corazón” (Cf. El Principito).

 

Para Jesús era su “Ultima CENA” celebrada en el contexto de la liberación del pueblo de Israel de manos de los egipcios. Era la Pascua, es decir, el Paso de un Dios liberador de cualquier tipo de esclavitudes.

 

Jesús le da un nuevo significado al rito judío.  Es la confirmación de una Nueva Alianza, de un nuevo pacto entre su Padre y su pueblo, es decir, una nueva forma de relacionarse Dios con la humanidad, no desde las leyes externas, jurídicas, sino desde el amor de misericordia.  Acto que supera todos los sacrificios antiguos de expiación. Jesús se convierte en el Nuevo “Cordero de Dios” que quita el Pecado del mundo.

 

Fue tan importante su celebración que quiso que se conmemorara siempre al afirmar, "Hagan esto en memoria mía".  El evangelio de Juan incluye el lavar los pies, es decir, el servicio por amor, como signo por excelencia del rito.  Pedro no comprendía ver a Jesús, inclinado frente él, sirviéndolo.

 

Con mucho afecto y sentimiento Jesús dice, “Cuánto he querido celebrar con ustedes esta Cena de Pascua antes de mi muerte” (Lucas 22, 15) y Pablo, al describir por primera vez lo que recibió de la comunidad, afirma “… después de la Cena tomó en sus manos la copa y dijo, esta copa es el Nuevo Pacto confirmado con mi sangre.  Cada vez que beban, háganlo en memoria de mí…” (1 Corintios 11,25).

 

Los cristianos católicos llevamos 21 siglos celebrándola.  La forma ritual ha cambiado de acuerdo a las necesidades pastorales de cada época según su cultura.  La teología protestante encabezada por Lutero, siglo XVI, tiene otras interpretaciones que respetamos.  Nosotros debemos, no solo fundamentar y conocer, sino vivir el significado profundo de “La Cena del Señor”, el amor hasta el extremo, manifestado en el servicio y la entrega total.

 

Para su explicación didáctica acudo a una sencilla comparación propia para jóvenes que inician procesos de acercamiento a uno de los Sacramentos de nuestra Iglesia Católica.

La Cena del señor

Toda cena, tiene un motivo, invitados, arreglos, a veces regalos, música, danza, preparación y cierto protocolo.

 

1.     El VESTIDO

El vestido de este Banquete Espiritual no es el externo.  A veces sirve solo para aparentar lo que no se es.  El traje es interno, se llama “Humildad”, es decir, reconocer que hemos sido invitados por el Señor precisamente por ser personas complejas, incompletas, contradictorias, con zonas íntimas indescifrables, algunas oscuras, que necesitan limpieza.  Se logra abriendo el corazón al AMOR de miseri-cordia, amor divino, el totalmente desinteresado que tiene la capacidad de sanar y perdonar nuestras miserias personales y colectivas. 

 

Recibido el saludo de entrada, y puestos el vestido adecuado, podemos sentarnos para “ver” “sentir” y “gustar” las cuatro presencias de Cristo Resucitado.  En primer lugar, Cristo presente en la Comunidad; Cristo presente en la liturgia de la Palabra; Cristo presente en quien Preside y Cristo presente en el Pan y el Vino.  Así lo explica el Concilio Vaticano II (1962-1965).

 

Anteriormente se exaltaba solo su presencia en la Hostia o Sagrada Forma, como la llamaban.  Alrededor de ella nació una profunda espiritualidad que respondía a circunstancias históricas muy particulares.  Actualmente, sin negar esta gran verdad, se retoma la afirmación de San Pablo quien dice que “Somos Hostias Vivas”.  Por lo tanto, el mismo respeto que exige la presencia de Cristo en el Pan y en el Vino consagrados, lo exige la presencia de Cristo en todo ser humano, en cada uno de nosotros y especialmente en los más sencillos y humildes.  Sin comunidad y sin justicia, la Eucaristía pierde su significado.  San Pablo fue muy enfático con los cristianos de Corintio, quienes no tenían en cuenta a las viudas y a los pobres.  Les escribió diciéndoles que así no se celebraba “La Cena del Señor”.  En ella se estaban comiendo su propia condenación.

 

2.     EL BRINDIS ESPIRITUAL

En todo acontecimiento importante es necesario que, quien preside el evento, acuda a un momento especial para hacer el brindis, es decir, la proclamación del motivo central de la fiesta, su sentido.

 

En nuestro caso es nada menos que Cristo Resucitado, el Señor que venció la muerte producida por el ego-centrismo, origen de todo mal.  Quien preside proclama solemnemente, “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.  La Asamblea responde, amén”, es decir, así es y será.

 

Esta es la parte más significativa del rito.  Es una proclamación de alabanza y reconocimiento a nuestro Dios Trinitario revelado en y por Jesús que nos presenta a un Dios comunitario, que no es aislado y solitario, que se hace presente cuanto vivimos en comunidad, en pareja, en familia.  Es el verdadero Dios encarnado.  Nada de individualismos alienantes, opio del pueblo, como decía aquel gran crítico.  Es encontrar en lo humano, lo divino.

 

El P. Pagola, teólogo investigador, afirma que “La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía de acceso a Dios distinta de lo sagrado: la ayuda al hermano necesitado. La religión no tiene el monopolio de la salvación; el camino más acertado es la ayuda al necesitado. Por él caminan muchos hombres y mujeres que no han conocido a Dios (Cf. Jesús, Aproximación histórica, p. 203-204)   

 

3.     ALIMENTO

En toda cena que se respete hay varios alimentos.  En el rito católico, tenemos el alimento de la Palabra de Dios y el segundo “plato” el del Pan y el Vino que, siendo cosas finitas, como nuestro cuerpo, entran en un proceso significativo de "Cristificación", es decir, de Amor.  Así lo intuyó Teilhard de Chardin S.J.

 

Es el Pan bajado del cielo alimenta, oxigena y refresca; da ánimo para que, bien alimentados espiritualmente, podamos seguir adelante, viviendo con sentido creyendo en aquellas afirmaciones, “Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre no morirá para siempre”, “Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes.  Esta es mi sangre que se derrama por ustedes para el perdón de los pecados”.  Si es Cristo quien se entrega, somos nosotros en Él y con Él quienes también nos entregamos y derramamos nuestra sangre.  Somos su prolongación.  Oh misterio tan grande de amor.

 

La Eucaristía es la donación total que Jesús vive y nos comunica, y por esto debemos ser Eucaristía cada momento de la vida como lo dice un documento de nuestra Iglesia, "La Eucaristía es cumbre, fuente y centro de la vida cristiana" (Sacrosantum Concilium).

 

¿Será la Eucaristía el medio para cumplir el único mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ama? Dios, Padre Maternal, no puede pedirnos imposibles así como los padres saben qué pueden hacer sus hijos.

 

4.     OTROS SIMBOLISMOS

En una buena cena hay manteles significativos.  En la Cena del Señor, el corporal, donde se coloca el Cuerpo de Cristo, es equivalente al individual y el purificador, a la servilleta.  

 

Los platos, donde se sirve la Cena del Señor son muy especiales, son nuestras manos, las mismas con que saludamos, abrazamos y acariciamos; las que han transformado lo finito en infinito, lo material en espiritual.  Son las manos del Señor, convertidas en nuestras manos, con las cuales colaboramos con su misión salvadora, llamada “Missio Dei”.

 

5.     CENA QUE SANA Y LIBERA

De Jesús, dice el evangelio, brotaba una fuerza que sanaba a quien lo tocaba.  De Cristo-Eucaristía brota ese amor que purifica.  “He traído fuego a la tierra y quiero que arda”.  Es el fuego de su amor apasionado.  Con razón el Papa Francisco afirmó que nos coloquemos como enfermos en la mesa del altar frente a un enfermero especial, Jesús-Eucaristía sana.  Es un misterio de amor que debe acompañarse con ese silencio respetuoso y profundo.  Son los “Milagros Silenciosos”.  Hay que estar abiertos a su Santísima Voluntad.

 

6.     LA BENDICIÓN

Otro signo importante que debemos interpretar, “sentir y gustar para sacar algún provecho”, como decía el Maestro Ignacio, es iniciar y terminar la Cena con la bendición Trinitaria.  Así comenzó nuestra vida espiritual en el bautismo y así finalizará nuestra vida biológica para comenzar aquella Eucaristía, el Banquete del amor, “La Cena del Señor”, que no tiene fin.

 

Pidamos para que el amor del Padre Maternal nos conceda la gracia de vivir más a fondo aquello que su Hijo nos dejó como legado, su Cena.


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