La Eucaristía como lugar de encuentro con el Señor resucitado

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33
  • I Carta de san Pedro 1, 17-21
  • Lucas 24, 13-35

Un director de cine tiene éxito en la medida en que logre crear unos personajes con los cuales se sientan identificados amplios sectores del público, que ve reflejados en ellos sus temores, ilusiones, rabias. A veces, esta identificación entre el público y los personajes creados por el director llega a tales extremos, que los actores que representan a los malos de la película son insultados y hasta agredidos cuando alguien los reconoce en un restaurante o en los centros comerciales.

Pues bien, este relato de los discípulos de Emaús tiene esta característica que acabamos de describir. Nos sentimos identificados con el drama humano y espiritual que viven. Desde hace dos mil años, innumerables cristianos que han leído este texto han exclamado: ¡Yo he vivido algo semejante! Los discípulos de Emaús recorren un itinerario de fe que es común a millones de seres humanos: búsqueda; hallazgo aparente que termina diluyéndose ante la contundencia de los acontecimientos; escepticismo; encuentro con la trascendencia que, en un primer momento, no se percibe así; relectura de los acontecimientos y su resignificación; apertura al misterio. Los discípulos de Emaús recorrieron la totalidad del camino. Infortunadamente, muchos peregrinos de la verdad y de la búsqueda de sentido quedan a mitad del camino…

 

Una lectura cuidadosa de este inspirado texto nos invita a profundizar en él como si fuera un drama en tres actos:

  • El primer Acto podría llamarse Historia de una desilusión.
  • El segundo Acto podría llamarse El diálogo como instrumento de clarificación y resignificación.
  • El tercer Acto podría llamarse La Eucaristía como lugar de encuentro.

 

Veamos cómo se desarrolla el primer Acto, Historia de una desilusión. Estos dos amigos, hombres sencillos y piadosos, habían sido cautivados por Jesús, ese profeta que recorría Judea y Galilea, hablando como nadie lo había hecho hasta entonces, curando enfermedades y transformando la vida de los excluidos. Estos hombres sencillos se habían llenado de ilusión, y creyeron que con Él vendrían tiempos mejores. Todas estas ilusiones se derrumbaron el Viernes Santo, cuando Jesús fue crucificado en medio de dos ladrones.

 

Esta búsqueda de luz y sentido es compartida por millones de seres humanos. En la cultura contemporánea, aparece una oferta infinita de paraísos que ofrecen felicidad. Los mercaderes de ilusiones atrapan a muchos incautos que esperan encontrar un camino que les produzca satisfacción y que responda a sus expectativas más hondas, pero al final  sólo encuentran destrucción y, muchas veces, la muerte. Los medios de comunicación registran las historias de estos ingenuos que terminaron en manos de los traficantes de personas, o en grupos religiosos fanáticos, o destruidos por la droga, o vinculados a movimientos armados. El evangelista Lucas nos dice que entre ellos “contaban todo lo que había sucedido” Este primer Acto es breve y nos sirve de ubicación.

 

Al segundo Acto lo hemos llamado El diálogo como instrumento de clarificación y resignificación. Se inicia con la entrada en escena de un tercer personaje, que se convertirá en el protagonista central. Se trata del Señor resucitado, pero ellos no lo reconocen. Este encuentro, aparentemente casual pero querido por el Señor, se inicia  con una pregunta que detona en los interlocutores una intensa catarsis o desahogo: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”. Esta catarsis o desahogo tiene dos momentos, claramente diferenciados en el texto: En el primero de ellos, los discípulos de Emaús expresan su dolor: cómo valoraban a Jesús, lo que le hicieron los sumos sacerdotes y los jefes, las expectativas que ellos tenían, los rumores que habían circulado sobre su resurrección; en el segundo momento, el resucitado  hace una relectura de los acontecimientos  y les explica los textos de la Escritura referentes al Mesías.

 

En este segundo Acto del drama vivido por los discípulos de Emaús, es muy interesante contrastar las dos lecturas o versiones de los acontecimientos: Una cosa es leer los hechos del Viernes Santo en una perspectiva simplemente humana, donde lo sucedido habla de un estruendoso fracaso; y otra cosa muy diferente es leerlos desde el plan de Dios. Cuando revisamos el  itinerario espiritual que cada uno de nosotros ha recorrido, podemos identificar situaciones que, en su momento, interpretamos como fracasos pero que después comprendimos que nos ayudaron a madurar como personas y como creyentes. Algo semejante experimentaron los discípulos de Emaús quienes, gracias al diálogo con el Señor resucitado, resignificaron el aparente fracaso de la crucifixión, y se abrieron a una realidad nueva.

 

Vayamos ahora al tercer Acto de este drama, que hemos titulado La Eucaristía como lugar de encuentro. Este tercer Acto se inicia cuando Él aparentó ir más lejos, y los discípulos le hicieron esta hermosa invitación: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”.

 

El texto del evangelista Lucas nos presenta un escenario eucarístico, en el que los tres se sientan a la mesa: “Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. El diálogo sostenido con Jesús mientras caminaban es lo que llamamos, en la celebración de la Misa, liturgia de la Palabra. Ellos escucharon la Palabra del Señor, quien les explicó cómo era el plan de Dios, que tenía una lógica diferente a los acontecimientos humanos. Cuando se sientan a la mesa, se  inicia la segunda parte del rito, la liturgia eucarística. El sentido pleno de los acontecimientos se les manifiesta en el momento en que el Señor bendice y parte el pan. Así pues, para los discípulos de Emaús, como para los cristianos de todos los tiempos, la Eucaristía es el clímax del encuentro con el Señor resucitado. En ese momento, entendieron  los acontecimientos vividos. Lo que había sido interpretado como el fracaso de un hermoso proyecto, fue comprendido como el comienzo de un nuevo capitulo en la historia de salvación.

 

El itinerario espiritual de los discípulos de Emaús se asemeja a nuestra historia espiritual. Como ellos, nos hemos sentido perdidos; como ellos, hemos creído que el camino no conducía a ninguna parte; como ellos, el Señor se ha unido a nuestro peregrinar pero no lo hemos reconocido. Que los sentimientos no bloqueen nuestra capacidad de reflexión. Abramos nuestras mentes y corazones a la interpelación del Espíritu que nos habla de muchas maneras. Sentémonos a la mesa eucarística, no como una obligación, sino como la oportunidad más hermosa para encontrarnos con el Señor resucitado.


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