Compartamos el fuego nuevo de la Pascua

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Hechos de los Apóstoles 2, 42-47
  • I Carta de san Pedro 1, 3-9
  • Juan 20, 19-31

Los textos bíblicos que meditaremos durante el tiempo de Pascua son de una riqueza teológica infinita. Ellos nos irán descubriendo, desde diversos ángulos, la dinámica transformadora que suscita la resurrección del Señor. Los que se habían escondido por miedo a los judíos se convirtieron en entusiastas anunciadores de algo insólito: el que murió en la cruz, después de haber sido sometido a las peores humillaciones y tormentos, ha sido resucitado de entre los muertos. Ahora bien, su resurrección no significó un retorno al mundo de los vivos, como había sucedido con Lázaro, el amigo de Jesús. El Señor resucitado ha entrado en una vida diferente, fuera de las coordenadas espacio – temporales. 

La Pascua del Señor les da un clave de lectura de la realidad completamente diferente. El triunfo del Señor sobre la muerte y el pecado abre perspectivas luminosas a los grandes misterios del ser humano, que ya no siente manejado por las fuerzas ciegas del Destino. 

 

La comunidad apostólica vive intensamente en familia su fe; oran juntos, se reúnen para escuchar las enseñanzas de los apóstoles y para la fracción del pan.La escena narrada por los Hechos de los Apóstoles es un hermoso e inspirador ejemplo para las comunidades cristianas de todos los tiempos. El fervor que los une se traduce en acciones concretas de solidaridad: “Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común”. La enseñanza social de la Iglesia, proclamada a lo largo de los siglos, hace un llamado a la solidaridad de los bautizados de manera que socorramos las necesidades inmensas de millones de hermanos nuestros. Parecería que las mentes y corazones de muchos ciudadanos estuvieran anestesiadas pues no se conmueven ante el drama de los migrantes, de las víctimas de las guerras y de los desastres naturales. En este momento, nuestros hermanos de Mocoa esperan que les tendamos los brazos.

 

Así como la primera lectura pone el acento en la intensa vida comunitaria de la Iglesia Apostólica, san Pedro, en su I Carta, subraya la esperanza y la alegría que deben caracterizar la vida de quienes participan de la resurrección de Jesucristo mediante el bautismo. No hay lugar para la desesperanza y el desánimo, “porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva”

 

Dentro del Cristianismo, en diversos momentos de la historia, han aparecido corrientes espirituales que pretenden implantar una visión rigorista y gris de la religión, mirando con sospecha las alegrías y los aspectos amables y lúdicos de la vida. Este sabor a vinagre de la fe en Jesucristo desentona con las enseñanzas de Jesús. Recordemos la Exhortación Apostólica, El gozo del Evangelio, del Papa Francisco. Debemos rodear de ternura a los niños, particularmente a los que no han conocido una caricia; debemos abrir nuestros brazos en actitud de acogida a los que carecen de los bienes más básicos para llevar una existencia digna. Debemos encender el fuego pascual de la esperanza y el amor en las vidas de tantos seres humanos que viven en medio de la oscuridad.

 

El evangelista  Juan nos narra dos apariciones de Jesucristo resucitado, cuyo antagonista es Tomás, el apóstol escéptico que desconfía del testimonio de sus colegas y exige una evidencia empírica de la resurrección. Los rasgos de la personalidad de Tomás  son los mismos que manifiestan muchos de nuestros contemporáneos; les cuesta muchísimo aceptar que muchas de las realidades de la vida no son medibles  según los parámetros de la ciencia experimental. Hay otros conocimientos y  verdades a los que llegamos por otros caminos, y eso no significa que sean débiles y poco confiables.

 

En ese II Domingo de Pascua celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, establecida por el Papa Juan Pablo II, en el año 2.000. El tema teológico de la misericordia ha tenido un importante desarrollo doctrinal en los últimos pontificados. Juan Pablo II escribió  la Encíclica Dives in Misericordia (Rico en Misericordia), y el Papa Francisco convocó el Año Santo de la Misericordia, y lo hizo a través de la inspiradora Bula, cuyo título es Misericordiae Vultus (El Rostro de la Misericordia), que da pistas muy precisas para que la acción pastoral de la Iglesia se acerque a la gente,  resuelva sus problemas cotidianos y comunique la alegría de la Buena Noticia.

 

Que estas lecturas pascuales, que comunican el fuego que ardía en la Iglesia Apostólica, nos ayuden a fortalecer una espiritualidad  pascual, que tiene como centro la Persona de Jesucristo resucitado. Una espiritualidad  entusiasta, alegre, solidaria, que lleva el fuego nuevo de la Pascua allí donde hay frío y oscuridad.


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