Participemos activamente en las celebraciones de la Semana Santa

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Profeta Isaías 50, 4-7
  • Carta de san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
  • Mateo 26, 14—27, 66

La celebración del Domingo de Ramos es el comienzo de la Semana Santa. La expresión semana santa, que antes tenía un significado religioso muy preciso, en el contexto cultural actual significa muchas cosas. Basta revisar los diarios y revistas para informarse de las múltiples ofertas para estos días: cruceros, paquetes turísticos con todo incluido, festivales culturales, etc. En una sociedad pluralista, la connotación religiosa de la Semana Santa se ha desdibujado y ofrece todo tipo de oportunidades lúdicas.

Para los católicos, estos días son una conmemoración de los misterios de la redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor. En consecuencia, son días de recogimiento y oración. La solemne apertura de estas celebraciones litúrgicas es el Domingo de Ramos, cuando Jesús entra a la ciudad santa de Jerusalén, en su calidad de Mesías. Es el descendiente de la casa de David, heredero de las promesas hechas a Abrahán y sus descendientes, quien toma posesión como Rey y Señor. Ahora bien, su presencia  está desprovista de aquella pompa propia de un ingreso triunfal. Su solemnidad es diferente porque, como lo expresa elocuentemente san Pablo en su Carta a los Filipenses que acabamos de escuchar, “Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres”.

 

Este texto de san Pablo nos ayuda a comprender por qué este ingreso de Jesucristo en la capital religiosa y política de Israel es tan singular. Es un rey diferente, que se despoja de todos los atributos asociados al poder y la gloria. Toma posesión de su capital para entregar la vida por su pueblo. Por eso ingresa montado en un burrito, que comunica un mensaje de sencillez. Los que controlan el poder político y religioso son incapaces de comprender el mensaje. Quienes captan perfectamente esta realidad diferente que desfila por sus calles son los niños y los pobres, que tienen una mirada limpia y libre de prejuicios. Esto les permite cantar y gritar: “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”. Durante tres años de ministerio apostólico, Jesús les había anunciado el Reino de Dios a través de parábolas y milagros. Muchos de sus contemporáneos acogieron esta buena noticia. Pero los líderes estaban enfurecidos con su mensaje, y establecieron alianzas perversas con el objetivo de callar a este incómodo profeta que había puesto en evidencia sus vergonzosos intereses.

 

Hoy escuchamos la lectura solemne de la Pasión, que es una estremecedora crónica de los sufrimientos de Cristo. Sus enemigos se aprovecharon de la coyuntura que les ofreció el Señor al ir a Jerusalén para celebrar las fiestas, y se pusieron de acuerdo con las autoridades religiosas y con los romanos para poner punto final a este enojoso capítulo.

 

El relato de la Pasión es de un realismo impactante. Desfilan muchos personajes, la mayoría de ellos siniestros. Los diálogos se suceden velozmente. Se monta una comedia de legalidad, pero la decisión ya está tomada. Jesús experimenta una soledad aterradora. Todo este drama lo asume para dar cumplimiento a la misión que le asignó el Padre.

 

Sus enemigos están satisfechos porque, finalmente, lograrán silenciar esta voz crítica que tantas incomodidades les ha causado. Cuando lo ven caminar con la cruz a cuestas, su sadismo está satisfecho porque faltan pocas horas para que puedan pasar la página y así podrán seguir manipulando las creencias del pueblo y servir a sus intereses. ¡Tremenda sorpresa se llevarán el Domingo de Resurrección cuando el galileo, como despectivamente lo llamaban, salga glorioso de la tumba como triunfador de la muerte!

 

Quiero invitarlos a que vivamos con recogimiento estos días santos y participemos activamente en las celebraciones litúrgicas:

  • Hoy, Domingo de Ramos, aclamemos a Jesús como el Mesías, que toma posesión de su capital teniendo como programa de gobierno el Sermón de las Bienaventuranzas, proclamado al comienzo de su ministerio.
  • El Jueves Santo conmemoremos la institución de la Eucaristía, este regalo maravilloso que nos dio antes de regresar al Padre. En el Lavatorio de los Pies, Jesús nos dará una lección insuperable de sencillez y servicio.
  • El Viernes Santo contemplemos en silencio el supremo gesto de amor de Jesús, que lo llevó a dar su vida por nuestra salvación.
  • En la noche de Pascua seamos testigos de esa luz nueva de esperanza que se enciende para todos nosotros al triunfar sobre el pecado y la muerte.

 


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