No nos dejemos manejar por las apariencias y prejuicios

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • I Libro de Samuel 16, 1. 6-7. 10-13
  • Carta de san Pablo a los Efesios 5, 8-14
  • Juan 9, 1-41

En las lecturas de este domingo, encontramos dos escenas de la historia de la salvación que nos llaman poderosamente la atención, y   que nos invitan a profundizar en la acción de Dios, que no se acomoda a los parámetros humanos:

  • El primer relato nos narra cómo Samuel, siguiendo el mandato de Yahvé, escogió a David como rey.
  • El segundo texto habla de la curación de un ciego de nacimiento. En esta intervención de Jesús, tomamos conciencia de cómo la debilidad humana se convierte en lugar teológico para que se manifieste el amor misericordioso de Dios.
  • Estas dos escenas de la historia de la salvación nos sorprenden porque rompen la lógica humana. En el caso de David, Yahvé escogió al candidato menos opcionado para reinar; en el caso del ciego de nacimiento, su discapacidad no era un castigo por los pecados sino una oportunidad para que se manifestara la gloria de Dios

La trama del relato del I Libro de Samuel es muy simple. Samuel cumple una misión que le ha confiado Yahvé: “Ve a la casa de Jesé, porque de entre sus hijos me he escogido un rey”. Se trata de una misión divina, pero Samuel la asume condicionado por los prejuicios culturales de una sociedad patriarcal, que otorgaba todos los privilegios al primogénito. Por eso cuando ve a Eliab, el hijo mayor de Jesé, pensó: “Este es, sin duda, el que voy a ungir como rey”. En su mente, Samuel procesó tres datos: era el primogénito, tenía buena presencia y su talla física era imponente. Estas tres variables le parecieron suficientes para concluir que la selección era obvia. Pero Yahvé le llamó la atención a Samuel y le exigió que continuara la búsqueda.

 

Lo más notable de este texto son las palabras de Yahvé: “Yo lo he descartado, porque yo no juzgo como juzga el hombre. El hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones”. Esta explicación de Yahvé nos permite identificar una causa que distorsiona los juicios humanos. Muchas veces nos equivocamos en las decisiones porque nos dejamos llevar por los valores aparentes, nos atrae lo que parece más cómodo y grato, pero que no necesariamente nos hará crecer como personas. Igualmente, nos equivocamos en la valoración de las personas porque nos dejamos llevar por los prejuicios o por las apariencias, sin tener en consideración su calidad humana, su preparación, su sentido ético. Negamos oportunidades a quienes sí se las merecen, y abrimos las puertas para que pasen personajes indeseables. Esta injusticia se comete diariamente en las organizaciones gubernamentales y en las empresas, donde triunfan las recomendaciones por encima de los méritos.

 

Finalmente, Samuel escogió a David, el hermano menor de una familia numerosa, al que consagró como rey. Que este episodio del Antiguo Testamento sea una llamada de atención que nos ayude a controlar los ímpetus que nos llevan a sacar conclusiones apresuradas. ¡No juzguemos por las apariencias!

 

El segundo relato que nos sorprende en este IV domingo de Cuaresma es la curación de un ciego de nacimiento. Jesús se conmueve ante el drama de este hombre que nunca había conocido la magia de los colores ni la infinita variedad de diseños de la creación. Usa, entonces, su poder sobre la enfermedad, el dolor y la muerte para que este hombre inicie una nueva vida tanto en lo físico como en lo espiritual.

 

El aporte teológico más importante de esta curación es la significación que Jesús le da a la enfermedad: no es un castigo sino lugar de manifestación de la gloria de Dios. Los invito a profundizar en el sentido de estas afirmaciones.

 

Cuando la gente habla de las enfermedades y tristezas que enfrentamos en el diario vivir, en la mayoría de los casos se atribuyen a la mala suerte o a un castigo decretado por algún juez impersonal y lejano. Expresiones tales como ¡qué mala suerte tiene fulano!, ¡seguro que esto le pasó porque…! Con estas dos frases simplistas pretendemos explicar las enfermedades y desgracias de la vida.

 

En este encuentro con el ciego de nacimiento, Jesús hace una lectura diferente de los acontecimientos que tanto dolor nos producen. La  enfermedad de este hombre es oportunidad singularísima para que se manifieste el poder de Dios. De ahí la densidad de la explicación que da Jesús a quienes lo interpelaban por la causa de esta limitación física: “Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios”.

 

Estas palabras de Jesús nos manifiestan un elemento esencial de la oferta de salvación: Si nos sentimos excesivamente seguros, somos impermeables a la acción de la gracia. La Virgen María lo expresa hermosamente en el himno del Magníficat: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos”. Para abrirnos a la acción salvadora de Dios tenemos que reconocernos como necesitados de salvación. Por eso debemos reconocer nuestra condición pecadora. El poder y la riqueza nos hacen vivir la ilusión de ser como dioses. Pero la vida diaria se encarga de bajarnos de esa nube para aterrizar bruscamente en la realidad. Cuando nos sentimos frágiles y desprotegidos es cuando damos espacio al amor misericordioso de Dios. Mientras más débiles nos sentimos, más fuertes somos porque el Señor es nuestra roca y salvación, como lo dicen los Salmos.

 

El evangelista Juan narra pormenorizadamente el debate que siguió a la curación del ciego de nacimiento. Es sorprendente la terquedad con que los enemigos de Jesús negaban la contundencia de los hechos. “Los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista”. Para ello echaban mano de todo tipo de argumentos: “No es él, sino que se le parece”, “ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. La rabia que sentían contra Jesús les impedía reconocer que estaban frente a un ser excepcional. Los prejuicios nos llevan a alterar la realidad y nos empujan a tomar decisiones equivocadas.

 

Pongamos punto final a nuestra meditación dominical. Que la escogencia del joven David como rey, y la curación del ciego de nacimiento sean una invitación a leer la realidad con ojos diferentes, sin dejarnos condicionar por las apariencias y prejuicios.


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