Examen teórico - práctico de nuestros apegos materiales

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Profeta Isaías 49, 14-15
  • I Carta de san Pablo a los Corintios 4, 1-5
  • Mateo 6, 24-34

El evangelio de este domingo nos hace una pregunta que tiene la mayor importancia en la sociedad de hoy: ¿Cuál es nuestra actitud frente al dinero y, en general, frente a los bienes materiales? Esta pregunta es clave porque el aire que respiramos está contaminado por el  consumismo; en otras palabras, el dios dinero es el único valor absoluto al que rinden culto nuestros contemporáneos. El dinero se ve como la llave mágica que abre las puertas del paraíso: reconocimiento social, lujos, viajes, conquistas amorosas, etc. Los escándalos y excentricidades de los ricos y famosos circulan por las redes sociales. 

Este modelo de felicidad que predica la sociedad de consumo  está construido sobre la supremacía del TENER. Poco importan valores tales como la familia, el trabajo honrado, la preparación profesional, el sentido de ciudadanía. Como se valora a las personas por su capacidad de tener y acumular, mientras más pronto se obtengan estos bienes, mejor, sin interesar los medios que se utilicen. Esta escala de valores de la sociedad de consumo se ha reforzado con la influencia del narcotráfico, que seduce a tantos jóvenes.

 

No debe, pues,sorprendernos que la corrupción haya envenenado la manera de hacer negocios y la política. En esta falsa religión del dios dinero, todo se compra: la honra, la dignidad, las conciencias, los puestos públicos, los contratos, la gestión de la salud y el alimento de los niños, etc. Todo vale con tal de lograr el objetivo deseado. Esperamos que las investigaciones que se están llevando a cabo lleguen hasta el fondo. Y que los intereses afectados no levanten cortinas de humo para distraer a la opinión pública.

 

En este contexto social que acabamos de describir, resuenan las palabras de Jesús a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos señores, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”.

 

Instituciones tales como la familia, los colegios y universidades, los medios de comunicación y la Iglesia, debemos emprender una vigorosa campaña de educación ética que conduzca a una revisión de los falsos valores que nos están envenenando. Es necesario poner de  manifiesto que el dinero no es un fin en sí mismo, sino un medio para llevar una vida digna. Que las nuevas generaciones entiendan que el camino del reconocimiento social es a través del estudio, el trabajo honrado, las relaciones respetuosas con los demás. Los super-héroes con los que se identifican los jóvenes no pueden ser los mafiosos ni los corruptos que han saqueado los recursos del Estado y los ahorros de los particulares, y que han hecho fortuna  mediante  el robo y las trampas.

 

En el texto que acabamos de escuchar sobre el uso del dinero y los bienes materiales, hay unas palabras que pueden generar desconcierto y que, por tanto, necesitan ser explicadas: “No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura”.

 

Estas palabras no pueden interpretarse como un llamado a la irresponsabilidad, como si la Divina Providencia fuera a asumir nuestras tareas diarias. La Providencia no va a aportar el salario, ni a comprar el mercado, ni a pagar los servicios  públicos. Al crearnos a su imagen y semejanza, Dios nos ha nombrado administradores de nuestra casa común, y tendremos que rendir cuentas de los resultados obtenidos.

 

Este texto debe ser interpretado, entonces, como un llamado a establecer una clara escala de valores, en la que Dios ocupe el primer lugar y, en consecuencia, toda nuestra vida consistirá en la búsqueda de los valores inspirados en el SER y no en el TENER. Los bienes materiales son un medio y no un fin. La rueda de la fortuna gira caprichosamente. Por eso la seguridad  que  ofrece el dinero es muy relativa, porque hoy se tiene y mañana ya no está. El Salmo 61, que hemos recitado, expresa esta convicción: “Solo en Dios he puesto mi confianza, porque de Él vendrá el bien que espero. Él es mi refugio y mi defensa, ya nada me inquietará. Solo Dios es mi esperanza, mi confianza es el Señor; es mi baluarte y firmeza, es mi Dios y salvador”.

 

Permitamos que las palabras de Jesús resuenen en nuestro interior y revisemos el apego que tenemos por los bienes materiales. ¿Qué tan libres nos sentimos ante ellos?  Este examen no debe ser solamente teórico: Revisemos nuestras pertenencias, y regalemos aquello que no estamos usando y que puede ser útil a otras personas.


Escribir comentario

Comentarios: 0