Comportamiento ético de los bautizados

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Libro del Eclesiástico 15, 16-21
  • I Carta de san Pablo a los Corintios 2, 6-10
  • Mateo 5, 17-37

La liturgia de este domingo nos ofrece una magnifica oportunidad para reflexionar sobre algunos rasgos del comportamiento ético  de los bautizados. A manera de introducción a este tema, recordemos que no es posible reducir la vida cristiana al cumplimiento de unos códigos morales. Ser cristianos significa mucho más; es abrirnos al don de la fe, acoger a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador y ser dóciles a la acción del Espíritu Santo

Esto nos diferencia de otras doctrinas y movimientos. Pensemos, por ejemplo, en Buda o en Confucio. Ellos fueron unos hombres sabios que propusieron unos principios éticos para regular los comportamientos  en el ámbito personal, familiar y social. Los seguidores de estas doctrinas organizan sus vidas en armonía con estos sabios códigos morales propuestos por sus maestros.

 

La vida ética de los cristianos tiene un sentido muy diferente, pues mediante el bautismo participamos de la muerte y resurrección de Jesucristo y así nacemos a una vida nueva. Nuestro ser se transforma y nos convertimos en hijos de Dios y coherederos con Cristo. Ahora bien, si nuestro ser ha sido transformado, debemos expresar en nuestro comportamiento esta vida nueva que nos ha sido dada. Esta es la conexión profunda entre el sacramento del bautismo  y la ética que debe animar  la vida de los seguidores de Jesucristo.

 

Después de esta reflexión inicial sobre el sentido general de la ética de los bautizados, los invito a reflexionar sobre tres principios éticos fundamentales que nos proponen las lecturas de este domingo:

 

  • En primer lugar, Dios nos ha creado como seres libres, capaces de elegir entre el bien y el mal.
  • En segundo lugar, el criterio para tomar las decisiones no puede ser la sola sabiduría humana, que nos puede inducir a error.
  • En tercer lugar, la invitación que nos hace Jesús nos pide ir más allá de los mínimos éticos establecidos por la ley.

Cada uno de estos enunciados invita a reflexiones muy hondas, lo cual es imposible en el limitado espacio de una homilía dominical. Tratemos de explorar los contenidos básicos de cada uno de estos rasgos.

 

En el libro del Eclesiástico encontramos una afirmación que reviste la mayor importancia: Dios nos ha creado como seres libres, capaces de  escoger entre el bien y el mal. Volvamos a leer este texto del Antiguo Testamento: “Si tú lo quieres, puedes guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya. El Señor ha puesto delante de ti fuego y agua; extiende la mano a lo que quieras. Delante del hombre están la muerte y la vida; le será dado lo que él escoja”.

 

La libertad es nuestro mayor tesoro. Conocemos a personas que la han utilizado para construir unas vidas llenas de valores y que irradian amor y solidaridad. Igualmente, hay personas que utilizan la libertad para causar destrucción y muerte. ¡Es el gran misterio de la libertad humana! Ser libres significa asumir el costo de nuestras decisiones, es decir,  responder por ellas. Pero difícilmente lo hacemos y preferimos señalar a otros como causantes de nuestros propios errores.

 

En el pasaje que acabamos de escuchar, tomado de la I Carta de san Pablo a los Corintios, el apóstol establece un interesante paralelo entre la sabiduría del mundo y la sabiduría de Dios. Allí leemos: “A los adultos en la fe les predicamos la sabiduría, pero no la sabiduría de este mundo ni la de aquellos que dominan  el mundo. Por el contrario, predicamos una sabiduría divina, misteriosa”.

 

La llamada sabiduría humana hace que tomemos las decisiones teniendo en cuenta el beneficio inmediato que podemos recibir en términos de placer, confort o rendimiento económico. Pero estas consideraciones egoístas nos harán equivocar pues solo tienen en consideración el presente y el inmediato futuro. Por el contrario, la sabiduría divina, fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la comunidad eclesial, nos propone comprometernos con valores nobles, altruistas, nos motiva a la generosidad y al servicio. La felicidad no consiste en satisfacer nuestros caprichos, sino en orientar nuestra vida según el plan de Dios para así alcanzar la plenitud. Este sentimiento lo expresa hermosamente el Salmo 118, que acabamos de recitar: “Dichoso el hombre de conducta intachable, que cumple la ley del Señor. Dichoso el que es fiel a sus enseñanzas y lo busca de todo corazón”.

 

Los invito a que pasemos al texto evangélico, en el cual   Jesús nos pide ir más allá de los mínimos éticos establecidos por la ley. El estilo literario de este pasaje es muy interesante porque va contraponiendo las enseñanzas de la ley judía sobre los mandamientos no matar, no cometer adulterio y no jurar en vano, y la propuesta de Jesús, que es mucho más exigente: “Han oído ustedes que se dijo a los antiguos… Pero yo les digo…”

 

Hay quienes se sienten magníficos miembros de familia y excelentes ciudadanos  porque no roban ni matan ni extorsionan. Pero la vida es mucho más que eso. El sentido de la vida no se encuentra simplemente cumpliendo  con los requisitos básicos que nos evitan conflictos y demandas. Jesús nos enseñó con su ejemplo que la generosidad no tiene límites. Que nuestro comportamiento  ético como bautizados deje de lado todo cálculo egoísta y nos entreguemos con generosidad a servir a los demás y a transformar a nuestro país.


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