Dejemos que nos hablen los hermosos símbolos navideños

 Autor: Jorge Humberto Peláez S.J.

 

Lecturas:

  • Profeta Isaías 2, 1-5
  • Carta de san Pablo a los Romanos 13, 11-14
  • Mateo 24, 37-44

Hace una semana dijimos que con la fiesta de Cristo Rey terminaba el Año Litúrgico, durante el cual fuimos acompañando al Señor en las diversas etapas de su vida, desde el nacimiento hasta su exaltación como Rey del universo. Este domingo iniciamos un nuevo Año Litúrgico, el Ciclo A, que empieza con la preparación para la Navidad o tiempo de Adviento.

Este ambiente de preparación para celebrar el misterio del nacimiento del Señor se expresa a través de una decoración especial. Los elementos decorativos que alegran nuestros hogares y los lugares públicos provienen de diversas tradiciones; el árbol de navidad, las velas y las luces son una costumbre que viene de los países del norte de Europa; la tradición del pesebre se origina en san Francisco de Asís, tuvo mucho arraigo en los países latinos y llegó a América a través de los colonos españoles y portugueses.

 

Todos estos elementos decorativos nos comunican un mensaje de alegría y esperanza: el Hijo Eterno del Padre ha asumido nuestra condición humana, y para ello escogió como madre a una hermosa campesina judía. Este Niño Dios divide en dos grandes capítulos la historia de la humanidad: antes de Cristo y después de Cristo.

 

En una sociedad que ha perdido el sentido de Dios y en la que la religión ha sido arrinconada al ámbito de lo estrictamente privado, es posible que mucha gente adorne sus casas con los símbolos navideños sin reflexionar sobre su razón de ser. Son unos símbolos que son vaciados de su contenido, y se reducen a elementos puramente decorativos.

 

Los invito a vivir esta etapa anterior a la Navidad como una preparación para celebrar este regalo del amor de Dios. Los niños y las familias son los grandes protagonistas de estas fiestas. Superemos los mensajes de la sociedad de consumo que nos presionan para gastar en objetos superfluos el dinero que deberíamos utilizar para satisfacer necesidades reales del grupo familiar. Aprovechemos este tiempo para fortalecer los lazos de la sangre y los vínculos de amistad.

 

Vayamos a los textos bíblicos que acabamos de escuchar para ver de qué manera nos orientan en esta experiencia espiritual del Adviento:

  • La primera lectura, tomada del profeta Isaías, y el Salmo 121 nos invitan a ponernos en movimiento.
  • En el texto de san Pablo en su Carta a los Romanos y el evangelio de Mateo son una motivación para prepararnos y estar a la espera de algo muy importante que va a suceder.

Exploremos, pues, estos dos ejes teológicos de las lecturas de este domingo. Y empecemos por los dos textos que nos invitan a ponernos en movimiento. Leemos en el profeta Isaías: “Acudirán pueblos numerosos que dirán: Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que Él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”. El Salmo 121 está impregnado de alegría: “¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: Vayamos a la casa del Señor! (…) A ti, Jerusalén, suben las tribus, las tribus del Señor, según lo que a Israel se le ha ordenado”!

 

¿Cómo resuena en nuestros corazones este llamado a ponernos en camino y salir al encuentro?

 

  • Estamos atrapados en el presente. Todas nuestras energías están destinadas a responder a los retos del entorno, que es muy hostil. Y nuestros sentidos interiores no están activados para ver la acción de Dios en nuestras vidas ni para escuchar los susurros del Espíritu Santo en nuestro interior.
  • Debemos ponernos en movimiento, salir de la trampa de las preocupaciones diarias. ¿Cómo es posible que esto suceda? Creando espacios de reflexión y de oración para agradecer al buen Dios el don de la vida y todo lo que ella significa. Sentémonos frente al árbol de Navidad y el pesebre para que ellos nos narren la historia de amor del Hijo Eterno de Dios que asume nuestra condición humana para comunicarnos personalmente el misterio de Dios, liberarnos del pecado y de la muerte. En medio del intenso agite de esta temporada, favorezcamos estos espacios de silencio y oración.

San Pablo, en su Carta a los Romanos, y el evangelista Mateo nos invitan a estar preparados porque algo muy importante va a suceder. San Pablo exhorta a los cristianos de Roma: “Ya es hora de que despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca (…) En el Evangelio, Jesús nos dice: Velen, pues, y estén preparados porque no sabemos qué día va a venir el Señor”.

 

El Adviento es tiempo de preparación y espera. Lamentablemente, dedicamos nuestro tiempo y recursos casi exclusivamente a la preparación de los escenarios navideños, y tenemos poco interés en la preparación interior. Los invito a aprovechar esos momentos de compartir familiar mientras arreglamos el árbol y el pesebre para conversar, entre grandes y chicos, sobre lo que significa todo eso. Dejemos que nos hablen los hermosos símbolos de la Navidad.


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