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“Reconocer que uno es pecador y sin embargo ser llamado a ser compañero de Jesús como lo fue Ignacio”

Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios


 

Esta frase, que ha hecho tanto eco en la historia viva de la Compañía y obras apostólicas, en los últimos años, pone en evidencia la necesidad de mirar la historia como escuela de vida y aprendizaje para recobrar el aliento, ahondar en las sendas trazadas para darse cuenta de logros y fracasos, cosechas y sequías, cicatrices y heridas que están ahí en la historia de este peregrinar personal y comunitario.

 

Ignacio, quien se denominó el Peregrino, porque encontró un estilo y forma de vivir el evangelio, a lo largo de un proceso de vida de aprendizaje y de sentirse conducido, nos puede iluminar en este deseo de vivir como cristianos en este momento de la historia.

 

En plena recuperación de sus heridas no solo venidas por la bombarda de Pamplona, sino por el ego herido y su vanidad; Ignacio se somete a una carnicería -como él la llama- para mejorar la apariencia de su pierna, que de todas formas le quedó más corta y le dejó un caminar gracioso. Un recuerdo vivo en su cuerpo para reflejar todo un proceso de reconocimiento en la historia de vida de lo vivido en su interior y su mutación exterior. 

 

En la sociedad de la apariencia, lo más importante es el valor de la imagen, el rating que todo eso pondera como valioso y significativo. La sobrevaloración desmesurada desfigura lo que es propio del ser humano, la sociabilidad de sentirse y estar en medio de los otros, la igualdad de posibilidades, sin ser más, ni menos que nadie. El alimento de grandes ideales -muy nobles en ocasiones- generan una tensión de logros y éxitos, que en muchas ocasiones generan desgaste, la necesidad de mantener esta imagen indeformable y pareciera que todo vale, con tal de tener valoración y figuración. ¿qué puede estar pasando dentro? ¿qué duele o que muere… qué pierde o qué gana? No se mira dentro, sino que se oculta y asimila de otra forma.

 

Los sueños de hazañas para conquistar lo que deseaba, de exhibición de su fama y arrojo, venido por la influencia de su vida de caballero, se enfrenta en su interior -a raíz de la larga convalecencia en su casa natal- a otra nueva faceta que empieza a germinar entre lectura y lectura cuando también sueña en hazañas de imitar lo hecho por otros personajes. Ignacio cayó en la cuenta de que "había todavía esta diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento (…) y cuando en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, más aun después de dejado, quedaba contento y alegre (...) se le abrieron un poco los ojos y empezó a maravillarse de esta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella (...) poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban"(Autob 8).

 

Ignacio, peregrino de lo interior y exterior, le llevo a encontrar a Dios en todas las cosas. Detrás de toda esta afirmación que lo ha llevado a los Altares, está una historia vivida, padecida, asumida “Aunque era aficionado a la fe, no vivía nada conforme a ella, ni se guardaba de pecados; antes era especialmente travieso en juegos y cosas de mujeres, y en revueltas y cosas de armas; pero esto era por vicio de costumbre”[1] da mucho para pensar, elucubrar y proponer de una vida compleja, y en la autobiografía no tenemos todo el punto de partida,  porque no dejaron otros contra la voluntad y la acción misma de Ignacio conforme a lo que narró.

 

Es llamativo como en el camino de conversión, no solo por lo vivido en su casa de Loyola, sino el tiempo de Manresa, la lucha contra el pecado fue feroz, y parece connatural en su experiencia el ir intensamente purgando (EE 315) porque al descubrir a Dios en su vida, siempre presente, se hace consciente y vive con el en medio de sus fragilidades.

 

Muchos hemos realizado los Ejercicios Espirituales; así mismo, procesos de conversión y en el contraste de la propia historia, valdría la pena hacer una repetición, para sacar más provecho. Me llama la atención como el peregrino se sintió siempre pecador, no solo en lo que dejó escrito en los EE, sino también cuando en 1541 cuando lo eligen General por unanimidad, antepuso una situación propia de realidad de pecador, así “que él se confesaría con él generalmente de todos su pecados, desde el día que supo pecar hasta la hora presente; asimismo le daría parte y le descubriría todas sus enfermedades y miserias corporales; y que después que el confesor le mandase en lugar de Cristo Nuestro Señor”[2].

 

Y de una manera descriptiva y velada de como se veía a sí mismo en el texto de los Ejercicios encontramos: “mirarme como una llaga y postema, de donde han salido tantos pecados y tantas maldades y ponzoña tan turpíssima” (EE 58). La experiencia de su historial de pecado no le acompleja, ni tampoco lo oculta, sino que le hace consciente de su fragilidad y necesidad de Dios, puesto que se sintió pecador toda la vida, y no esconde su realidad de tratar de quedar bien, sino que confiesa que se siente ante Dios: pecador. Mas no se queda allí, sino que se siente perdonado, llamado, convocado, enviado, más allá de sus “ofensas” cuando había empezado a servir al Señor, porque al ser instruido por el mismo Señor, aprendió a ser dócil a las manos del creador, sentirse envuelto por la misericordia y en un amor de identificación tratar de responder con la confianza del amigo “qué debo yo hacer y padecer por él” (EE197).

 

Ese hecho de no ocultar su condición de fragilidad y necesidad de Dios que refleja Ignacio, hace posible que una vez más de cara al Señor, reconozcamos como creyentes la necesidad de la conversión continua, de tal manera que en verdad quitemos las afecciones desordenadas, procedamos con modo y orden en lo que Dios desea para nosotros como compañeros en el camino, una propuesta peregrina para este tiempo de “ver nuevas todas las cosas en Cristo”.



[1] Albuquerque, A. “Diego Laínez, S.J. el primer biógrafo de S. Ignacio” Mensajero-Salterrae, Bilbao, 2005, p. 131.

[2]Forma de la Compañía de Jesús y Oblación (1541) en https://sites.google.com/site/amdg1540/docs/15410422-1 consultado 25 de Mayo 202.

 

 

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